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martes, 16 de febrero de 2016

Ekaterina Alekeséyevna



Hay una historia apócrifa que explica que Catalina de Rusia era muy aficionada a los caballos.  Hasta aquí parecería que se trata de una afición poco sorprendente y muy extendida entre la nobleza, pero en el caso de Catalina cuentan que su afición consistía, no tanto en montar el noble animal como en ser montada por este.

Así pues, la leyenda, promovida por la mojigatería de algunos historiadores, viene a relatar como sujetaban al corcel con unos fuertes arneses que mantenían al animal a una distancia segura, con la finalidad de que Catalina la Grande disfrutara del placer de una descomunal verga penetrándola sin peligro para su integridad física.

El fantástico relato explica como un buen día dio en romperse el arnés y el pobre jamelgo, fruto de la pasión desatada, reventó, literalmente, a Catalina II.

La realidad de la historia de la muerte de Catalina es otra muy diferente y mucho más aburrida, pero me viene al pelo esta invención para continuar con este amago de relato.  Y es que parece como si en España tuviéramos una democracia que lleva una deriva tan errónea como Catalina con las prácticas de equitación.  Que, a ver, montar un caballo por la parte de abajo puede resultar muy placentero, pero los peligros que de ahí se desprenden son difíciles de controlar.

En España se han empeñado en construir una democracia montada del revés y para que no nos demos cuenta de que está montada del revés utilizan palabras que en cualquier otro lugar tienen un significado, pero aquí se han encargado de que derive en otro bien diferente.

Ya se que estoy descubriendo la sopa de ajo y que esto lo explica mucho mejor Guillem Martínez con su término de “Cultura de la Transición”, pero conviene no perder nunca de vista este concepto, ya que en nuestra sociedad la palabra “libertad” tiene un significado que se ajusta poco a lo que realmente quiere decir, apareciendo restricciones con una facilidad inquietante y unas leyes que parece están por encima de la libertad, cosa que se asemeja bien poco al concepto real de libertad y se acerca más a un concepto institucional; igual que sucede con “democracia”, ceñida exclusivamente a la democracia parlamentaria y huyendo como de la peste de cualquier otro atisbo de democracia.  Ahora bien, si hablamos de “terrorismo” este concepto ya traspasa cualquier posibilidad de raciocinio.  Basta que surja la maldita palabreja para que el silencio y el temor caigan sobre nosotros como una gran losa inamovible.  Cae el sambenito del terrorismo y adiós muy buenas, cualquier cosa que digas rebota rebota y en tu culo explota.  Imposible razonar, defenderte ni nada de nada.  Así han construido en nuestro imaginario lo que ellos llaman “democracia” como el único modo de organizarnos garantizando la “libertad”.

Pero no me quería quedar ahí, en el concepto desarrollado por Guillem Martínez, me apetecía ir un poco más allá y mezclar otros modos de hacer que se parecen mucho a los utilizados por el poder.  Por ejemplo:

Todos hemos visto, al entrar en un supermercado, esos carteles que dicen que: “para prevenir el robo, rogamos muestren el bolso de mano a la cajera”.  O bien, esos carteles a pie de cajero: “cámara de vigilancia para velar por su seguridad”.

En realidad se trata de los mismos eufemismos utilizados para mantenernos dóciles, porque si el cartel fuera así:

“Sospechamos de ti, así que muéstrale el bolso a la cajera no sea que nos hayas robado alguna cosa”
“Eh, espero que vengas solamente a sacar dinero porque me he quedado con tu cara, ¡chorizo!”

Entonces no nos parecería todo tan “normal”.

Sucede que de un tiempo a esta parte, la sociedad, empezamos a reaccionar a determinados tics de la Cultura de la Transición haciendo una lectura más real de lo que sucede a nuestro alrededor (dejo fuera de la sociedad a la mayoría de los medios de comunicación, al servicio del gobierno de turno o dependiente de la corporación o banco pertinente) y no nos dejamos avasallar por el primero que escupe, como si fuera una king cobra, de esas que tanto le gustan a Frank de la Jugla, veneno sobre nuestros sentidos.

El caso más reciente, el de los titiriteros, detenidos durante la representación de una función teatral, con la excusa del enaltecimiento del terrorismo y unos medios de comunicación empeñados en trasladar el debate a si la obra era apropiada o no para el público infantil, si tenía o no suficiente calidad, si la bruja representa no se que o si se ahorca a no se cuantos, olvidando la cuestión fundamental:

Son guiñoles, son de mentira y se ha detenido a dos artistas durante la representación de una obra en un presunto estado democrático.  ¿En qué se diferencia esta detención de las que puedan suceder en Cuba, Corea del Norte o Venezuela?

Claro que, por placentero que le resulten al poder estas artimañas no dejan de ser una Catalina de Rusia montando al caballo por el lado equivocado y como siempre sujetan al caballo con el mismo arnés, al final puede suceder que se rompa y el poder caiga víctima de nuestro amor desbocado.