Hoy he escuchado que para escribir una buena historia no
hace falta más que: una chica guapa, un gran coche y una pistola. Así que me he dicho:
— Vamos allá.
Llevamos cuatro horas de viaje por esta maldita carretera
del medio oeste y ya no aguanto más. Hace
birujillo y, Ella, se ha empeñado en andar con el coche descapotable porque “así
queda más cool”. ¡Coño, y tan cold que
queda, como que me estoy jodiendo de frío!
Para colmo en la guantera llevamos metido un Smith & Wesson 610 y
estoy cagado de miedo. En mi cabeza danzan
imágenes de detenciones no exentas de violencia policial y juicio sumarísimo
por tenencia ilegal. Cárceles inmundas
donde sufrir vejaciones y morir de una paliza o martirizado en una celda de
aislamiento.
— Cariño— le digo a ella— deberíamos parar a poner gasolina.
Aunque sé que se trata de una vil excusa para deshacerme
del revolver, ella me contesta:
— De acuerdo, yo necesito comprar chicles y tabaco.
Llegamos a la gasolinera, riño con el cajero automático,
tiro parte del combustible por el suelo y me dirijo al lavabo a tratar de poner
orden a tal desaguisado y, así entre tú y yo, a abandonar el arma en el
interior de la cisterna del retrete y a decirle a Ella que ya he acabado de
repostar. La veo charlando con un tipo
fornido, así que me dirijo al servicio de caballeros con la finalidad que he
explicado. Me meto en el cubículo y
descubro que, ¡maldita sea la modernidad!, la cisterna está empotrada en la
pared. Salgo del urinario jurando en
arameo. Me acerco a la estantería de
patatas con sabor a berberecho y decido esconder el arma detrás de las bolsas.
— ¡No la encontrarán jamás!
La busco a Ella y no la veo. Salgo tranquilo de la tienda y me dirijo al
coche, pero también ha desparecido.
— ¡Mierda! Y ahora,,
¿qué hago yo tirado en el medio oeste sin chica, coche, ni pistola?— me digo
con cierto tono de alegría, más que nada por el peso que me acabo de sacar de
encima.
Bueno, en realidad estoy en el medio oeste de España, lo
que viene a ser Soria, así que pregunto en la gasolinera si para por aquí el
autobús de la Alsina Graells. El dependiente
de la tienda me indica que sí, que a unos doscientos metros hay una parada y me
anima a llevarme una bolsa de patatas de sabor a berberecho para el viaje. Declino la invitación, pero compro unos
caramelitos de menta para el viaje que me llevará de regreso a casa, ya curado
del susto.
Si es que esto del coche, la carretera, la Smith &
Wesson y la chica no es para mí y parece que tampoco para contar
historias. Seguro que no hay ninguna en
la historia de las historias que se han contado jamás que haya funcionado con
estas premisas… ¿O sí?