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domingo, 21 de enero de 2018

Amor fraterno

Construir un discurso o establecer los fundamentos ideológicos sobre el odio hacia un colectivo que habita en nuestro imaginario, pero que somos incapaces de identificar a las individualidades causantes, es un error, ya que el odio tan solo nos va a devolver odio y no nos va a permitir avanzar en la construcción de una nueva sociedad.  Así pues, cuando se elabora un argumento despreciando a los votantes del PP, a España, a Cataluña, a los “podemitas” o cualesquiera de los grupos “odiables” que conforman el panorama de la actualidad más urgente, en realidad no estamos diciendo nada, porque no estamos generando más simpatías que las de los seguidores incondicionales y así es más que probable que no avancemos más que hacia una espiral de odio y distanciamiento que no conseguirá que alcancemos el amor fraterno, sino el odio exacerbado.

Estos discursos tienen mucho predicamento entre la clase política que tiene tendencia a la defensa a través de la veneración del odio.  Conviene, siempre, que determinado líder político construya un imaginario a través del cual nos resulte fácil transitar, ya que no nos sentimos incluidos.  Lo que sucede es que el político en cuestión no está tratando de construir una sociedad mejor, sino más bien, tratando de mantenerse atrincherado tras una cortina de odio al adversario.  Esto que puede resultar pragmático para moverse en el mundo de la política es una ponzoña para las personas de a pie, ya que nos obliga a mirar con sospecha a nuestros semejantes.

Es bien sabido que un gobernante va a actuar siempre en función de lo que establezca su partido político, el grupo económico de presión correspondiente o en el mejor de los casos según su conciencia.  Pues bien, en todos esos casos puede estar cometiendo un error irreparable para nosotros, los ciudadanos de a pie.  ¿Qué sucede si llega a cometer ese error?  Pues que en absolutamente todos los casos va a defender con uñas y dientes su decisión, y todo ello pese a que vivimos inmersos en una cultura cristiana (hablo de cultura, no de fe, es decir que nos afecta a todos, seamos ateos recalcitrantes, agnósticos o creyentes de misa diaria) donde el arrepentimiento y el acto de constricción tienen el incentivo de ir acompañados del perdón; pero los gobernantes prefieren tomar el camino de la justificación, todo ello suponiendo que sean, a estas alturas, capaces de ver el error que se ha producido en sus narices.  Lo más lejos que hemos llegado ha sido a algún caso aislado que tenía más que ver con el cumplimiento de una apuesta (posible síntoma de ludopatía incipiente) que con un arrepentimiento: léase el caso de Corcuera y su famosa ley Corcuera desmontada por el Tribunal Constitucional.

En definitiva, una vez más, se trata de no dejarnos llevar por la marea del mitin fácil y seamos capaces de detectar la humanidad de las personas que nos rodean.  Veamos cómo, con diferentes sensibilidades, somos capaces de construir un mundo donde el odio colectivo deje paso al amor fraterno.  Dediquémonos a construir con aquellas personas que nos rodean un mundo mejor, libre de sospechas, libre de odios y en el que todos podamos alcanzar el nivel de libertad que merecemos; el nivel de libertad que abarca hasta donde no se acabe con la libertad de nadie, donde todos tengamos cuanto necesitemos a nuestra disposición y que no dependa del mercado, del crecimiento y de esas abstracciones que solo sirven para frenar nuestras ansias de emancipación.


Estoy seguro de que si somos capaces de construir en lugar de destruir seremos capaces de avanzar al ritmo que establezcamos entre todos, no al ritmo que dicte quien quiere mantenerse al mando.  El amor fraterno como primer paso hacia la revolución social me parece un buen principio.