Hubo en tiempos un rey que quería partir a un chiquillo en dos. Bueno, no se sabe muy bien si era un chiquillo o una chiquilla, lo que sí está claro es que el rey estaba empeñado en partir por la mitad a la criatura.
En realidad, la historia comienza con una discusión entre dos muchachas que afirmaban ser las madres de la criatura y de ahí la disputa. El rey, que era un metiche, quiso intervenir y escuchadas ambas partes, decidió que lo más sensato era partir el objeto de la disputa por la mitad y dar una parte a cada una de las implicadas. Así que, ni corto, ni perezoso, dijo:
— ¡Guardias!, partid a la criatura por la mitad y dad una parte a cada una de las madres, así ambas podrán disfrutar de una maternidad plena.
Los supuestos guardias, evidentemente, no partieron a la chiquilla o chiquillo. Me atrevería a afirmar que ni tan siquiera llegaron a desenfundar la espada que no portaban. Eso sí, tomaron entre varios al rey y lo acompañaron diligentemente a la consulta psicológica, a ver si un poco de terapia acababa con los delirios de aquel pobre diablo que se creía rey y que había llegado al colmo del paroxismo al erigirse en impartidor de justicia, por la vía de la partición de seres humanos.
¿Que qué pasó con las señoras y su discusión? Bueno, en realidad no existía tal discusión, pero si la hubiera habido, entre cuantos habitaban la villa, hubieran encontrado una solución por la vía del diálogo, el apoyo y los cuidados colectivos. Vamos, a nadie con dos dedos de frente se le hubiera pasado siquiera por la cabeza, la idea de partir a una chiquillo o chiquilla por la mitad.
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