“Cerrado por descanso sexual” Así de contundente rezaba el letrero que
había en aquella puerta. No parecía que
fuera una tienda ni ningún negocio al uso.
“Cerrado por descanso sexual”
Extraña manera de definir los descansos.
¿Se trataba de un descanso para dedicarlo al sexo o de un descanso del
sexo? ¿Se referiría al sexo como acto
sexual o al sexo como género? Me
explico:
Podría tratarse tanto de (hasta aquí 69 palabras) un
descanso en el acto sexual como de, tal vez,
un ama de casa desairada que decide, en un ataque de feminismo, enviar a
paseo a su dilecto esposo e iniciar una revolución particular. Harta de las tareas y los deberes del hogar
manda con viento fresco todo lo que ha sido hasta ahora y decide dejarlo bien
claro en el portal de casa, así, cuando regrese el marido no tiene más que leer
el cartel y él comprenderá.
Tal vez él lo comprenda, pero yo, yo… ¡Pobre de mí!
Yo no entiendo nada. Lo único que
sé es que me he parado frente al letrero y no consigo moverme. Voy a llegar tarde al trabajo. Voy a tener que dar explicaciones a mucha
gente, pero no puedo moverme. Voy a
tener que inventar algún tipo de excusa, pero ahora mismo no puedo pensar en
nada que no sea: “Cerrado por descanso
sexual”
“Cerrado por descanso sexual” y yo atrapado por el
descanso sexual. Trato de imaginar. Trato de ponerme en la situación más
sencilla, que suele ser la más acertada para estos casos de desconcierto. Veamos, esto va a ser un club de alterne de
esos que ofrecen espejismos de amor por dinero.
Esto es que a la persona encargada del
burdel le ha salido la vena literaria.
¡Sí, la vena literaria, leches!
Que esto de la literatura no es como la fontanería, la electricidad, la
cantería o los trabajos en madera. En
esto de la literatura puede salirle a cualquiera una genialidad, así, como por
descuido. Una frase redonda. Una frase perfecta. Una frase llena de dobles sentidos que desata
la imaginación cuando, en realidad, el autor o autora quería decir muchísimo
menos de lo que imaginamos. Una frase
que cuando la leemos pensamos que proviene de una mente que se ha estado
estrujando y exprimiendo para poder dar con el giro preciso, el cambio
oportuno, para que todo desemboque en una explosión imaginativa que nos deje
sin aliento. Como me ocurre a mí con
“cerrado por descanso sexual” En cambio
cualquiera que haga un trabajo complicado de fontanería, electricidad, cantería
o carpintería, si no cuenta con una buena formación acabará realizando una
chapuza.
Como quiera que debo resolver este acertijo, so pena
de perder el trabajo, toco el timbre, que hay junto al letrero, con la
finalidad de requerir la información pertinente a quien habite este hogar. Mas tras pulsar el dichoso botón oigo pasos. Pasos pesados. Pasos que arrastran un gran cansancio. Pasos que denotan hastío. Una cerradura que gira. Una cadena que se prende y por entre la
rendija asoma una mujer toda pelo. Luce
un gran despeinado y sin tiempo a dejarme entrar en detalles me escupe:
— ¿Es que no sabe leer?
Yo, asustado y al mismo tiempo avergonzado, no vaya
la señora a pensar que tengo una urgencia de índole sexual tan acuciante que
soy incapaz de esperar a mañana; me dirijo a ella con un tono de voz siete
octavas por debajo de mi tono habitual tratando, así, de provocar que tenga que
acercar su oído a mi boca y, obligada por la atención, relajar el mal humor con
que me ha recibido. Al mismo tiempo
procuro hablar despacio para que no se pierda ni un solo detalle:
— Verá, es precisamente de eso de lo que
quería hablarle. No he podido evitar
leer…
— ¡No me toque los ovarios!- Ha respondido
destripando todas mis teorías sobre tratar de calmar los ánimos y tal- Está
cerrado por descanso semanal. Si quiere
que le sirvamos un plato caliente tendrá volver mañana o ir al albergue municipal. Ellos hoy sí están abiertos.
Cierra la puerta como se cerrarían las puertas del
Averno tras un condenado y nada más cerrarlas, como si fuera una novela barata,
una gota de sudor frío recorre mi espina dorsal a gran velocidad, pasa derrapando
por mi escoliosis y se arroja como un clavadista desde el fin del hueso sacro.
Vuelvo a mirar el cartel. Esta vez desde más cerca. Casi tengo la nariz pegada al papel y lo veo
todo borroso. Me aparto a una distancia considerable
hasta que empiezo a enfocar y leer.
“Cerrado por descanso semanal”
Doy media vuelta y maldigo en voz baja. Maldigo porque hubiera sido bonito que
pusiera lo que yo creí que ponía.
Maldigo porque debo pasar por una óptica y todavía estamos a día
diez. Maldigo porque he hecho el ridículo
y no se lo puedo contar a nadie…
Por favor, no se lo cuentes a nadie.
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