Decía Pedro Pacheco allá por el año 1985 aquello de:
“la justicia es un cachondeo” (sirva el entrecomillado para resaltar que estoy
citando literalmente. No jodamos, que al
gachó, de entrada, le cayó una condena curiosa, aunque luego se la retirara el Tribunal
Supremo) Y esta frase me viene a la
memoria en estos días en que se ha condenado a personas que estuvieron en la
protesta que se organizó a las puertas del Parlament de Catalunya.
Con esta cita no quiero sumarme a tal afirmación,
sino, más bien, dejar en evidencia el hecho de que a los políticos y dirigentes,
como era el caso del tal Pacheco, eso de respetar las decisiones judiciales les
suele venir un poco grande. No voy a
entrar a valorar sentencias ni disquisiciones jurídicas, ya que creo firmemente
que la justicia no está pensada para que la entendamos el común de las gentes,
más bien para utilizar lenguajes y poses lo más alejadas del pueblo llano con
la finalidad de salvaguardar los bienes y privilegios de aquellos que ostentan
el poder. Así pues el lenguaje jurídico
me cae tan grande como al que lanzó aquella maldición que dice: “juicios tengas
y los ganes”
A lo que estamos.
Resulta que, por un lado, la Audiencia Nacional absuelve a los acusados
y tira de las orejas a sus señorías por intentar coartar la libertad de
expresión. Claro, tiempo les faltó a sus
señorías para rasgarse las vestiduras y hasta el tapizado de los escaños. Ahí se acabó el respeto por la justicia, se
tiró de galones y se plantificó una demanda ante el Tribunal Supremo, para que
con su sabiduría, dicte nueva sentencia sin tan siquiera celebrar juicio, simplemente
analizando los papeles que sirvieron a la Audiencia Nacional para absolver.
Bueno, ya he dicho que lo mío no es explicar galimatías
jurídico, ya que soy incapaz, así que no quiero ahondar en si tiene más razón
el Supremo o la Audiencia, pero lo que me parece una barbaridad es condenar a
tres años de prisión a alguien por malmeter una gabardina o por zarandear a
otro. Vamos que la gabardina igual era
un recuerdo de familia muy preciado y su señoría zarandeada tal vez tenía dolor
de cabeza y con el zarandeo ya se le quedó para todo el día, pero ¡copón! un poco de mesura ¿no? Porque, vamos a ver, si lo que se está
condenando es por la agresión que supone lo de la gabardina o lo de los
zarandeos, cada noche en la puerta de una discoteca habría alguien que se
comería tres años de trullo. Ah, que lo
que se condena es la agresión a la institución política. Acabáramos.
En ese caso las penas por meter la mano en la caja pública y ensuciar el
buen nombre de las instituciones con el trinque también debería llevar una
condena de proporciones épicas.
En fin, que esto de la justicia y la política no se
puede mezclar, que luego te levantas con dolor de cabeza.
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