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jueves, 19 de marzo de 2015

Esta sí, esta no, esta me gusta me la quedo yo



Decía Pedro Pacheco allá por el año 1985 aquello de: “la justicia es un cachondeo” (sirva el entrecomillado para resaltar que estoy citando literalmente.  No jodamos, que al gachó, de entrada, le cayó una condena curiosa, aunque luego se la retirara el Tribunal Supremo)  Y esta frase me viene a la memoria en estos días en que se ha condenado a personas que estuvieron en la protesta que se organizó a las puertas del Parlament de Catalunya.

Con esta cita no quiero sumarme a tal afirmación, sino, más bien, dejar en evidencia el hecho de que a los políticos y dirigentes, como era el caso del tal Pacheco, eso de respetar las decisiones judiciales les suele venir un poco grande.  No voy a entrar a valorar sentencias ni disquisiciones jurídicas, ya que creo firmemente que la justicia no está pensada para que la entendamos el común de las gentes, más bien para utilizar lenguajes y poses lo más alejadas del pueblo llano con la finalidad de salvaguardar los bienes y privilegios de aquellos que ostentan el poder.  Así pues el lenguaje jurídico me cae tan grande como al que lanzó aquella maldición que dice: “juicios tengas y los ganes”

A lo que estamos.  Resulta que, por un lado, la Audiencia Nacional absuelve a los acusados y tira de las orejas a sus señorías por intentar coartar la libertad de expresión.  Claro, tiempo les faltó a sus señorías para rasgarse las vestiduras y hasta el tapizado de los escaños.  Ahí se acabó el respeto por la justicia, se tiró de galones y se plantificó una demanda ante el Tribunal Supremo, para que con su sabiduría, dicte nueva sentencia sin tan siquiera celebrar juicio, simplemente analizando los papeles que sirvieron a la Audiencia Nacional para absolver.

Bueno, ya he dicho que lo mío no es explicar galimatías jurídico, ya que soy incapaz, así que no quiero ahondar en si tiene más razón el Supremo o la Audiencia, pero lo que me parece una barbaridad es condenar a tres años de prisión a alguien por malmeter una gabardina o por zarandear a otro.  Vamos que la gabardina igual era un recuerdo de familia muy preciado y su señoría zarandeada tal vez tenía dolor de cabeza y con el zarandeo ya se le quedó para todo el día, pero ¡copón!  un poco de mesura ¿no?  Porque, vamos a ver, si lo que se está condenando es por la agresión que supone lo de la gabardina o lo de los zarandeos, cada noche en la puerta de una discoteca habría alguien que se comería tres años de trullo.  Ah, que lo que se condena es la agresión a la institución política.  Acabáramos.  En ese caso las penas por meter la mano en la caja pública y ensuciar el buen nombre de las instituciones con el trinque también debería llevar una condena de proporciones épicas.

En fin, que esto de la justicia y la política no se puede mezclar, que luego te levantas con dolor de cabeza.

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