A
medida que nos vamos aproximando a la fecha de “la fiesta de la democracia” los
discursos se van tornando más y más agresivos.
Cabría pensar que es lo normal y, como sucede en las carreras
deportivas, a falta de pocos metros para alcanzar la meta lo razonable es
apretar los dientes y en un esfuerzo supremo lanzarse a por el sprint
final. Entiendo que correr sin
desfallecer debe ser una tarea noble y puesto que nobleza obliga, no parece muy
propio lanzarse a insultar a los electores sin, tan siquiera, conocer el
resultado de las elecciones ni plantearse varias cuestiones que creo vitales
para quien desee escuchar a este abstencionista descreído.
Y es
que son múltiples los factores que influyen a la hora de conocer a quien se le
otorga el privilegio de gobernar, pero más que los factores resulta harto más
concluyente reflexionar sobre el hecho de que quien finalmente gobierna es
aquel a quien menos desean sus electores.
Quiero decir que aunque un partido político fuera capaz de aglutinar un
número de votantes sin precedentes históricos, este número nunca será superior
al número de personas que no los han votado.
Entre abstencionistas, votos nulos, votos en blanco, votos a otras
candidaturas y personas sin derecho a voto suman más que los electores que se
hubieran decantado por el gobernante elegido.
Así pues, ¿aún crees que tenemos el gobierno que nos merecemos? Yo no, pero en ningún caso, ni cuando ganan
los unos, ni cuando ganan los otros ni cuando ganen los que puedan venir.
Así
pues, rogaría a quienes andan pidiendo votos que por favor no insulten a los
votantes, no les digan que sólo saben elegir a corruptos, no lancen exabruptos del
tipo: “esto han votado, ¡pues que se jodan!”.
Lamentablemente este tipo de afirmaciones me parece que dice más bien
poco de quien las profiere. Permitidme que
quiera huir del discurso fácil pese a que cuanto más fácil no sería poder
sacarse las culpas de encima y arrojar inmundicia sobre los demás, sobre todo
cuando se trata de los demás entendidos como una caterva de analfabetos
políticos que no merecen ningún tipo de respeto. Seamos serios y sobre todo seamos respetuosos
con el resto de seres humanos, al fin y al cabo si perdemos el humanismo
corremos el riesgo de convertirnos en monstruos.
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