Tratando de disfrutar de una
plácida comida, el pasado miércoles, cometí el error, una vez más, de hacerlo
acompañado de esa cosa que llaman telediario.
Cierto es que tengo un problema con esas personas que no me oyen. Esos bustos parlantes y muchas veces
sonrientes a los que invito, una y otra vez a compartir mesa conmigo. Y es que por más que me cabree parece que
nunca aprendo lo que me conviene. Y eso
que mi hijo ya no me deja verlo. Los ha
sustituido por señores gordos, calvos y llenos de tatuajes que se dedican a
comprar una suerte de trasteros llenos de dineros. La verdad es que los señores gordos, calvos y
tatuados le sientan mucho mejor a mi
sístole, pero sea porque ese día no estaba mi vástago junto a mí, sea porque se
despistó, acabé atrapado de nuevo en ese interminable cúmulo de exabruptos que
acompañan a cada uno de los enunciados de las noticias. Nada nuevo bajo el sol. Hasta que un escalofrío recorrió mi cuerpo
dibujando una piel de gallina incipiente que provocó que llamaran a la puerta
de mis ojos unas lágrimas de rabia y de pena.
La noticia arrancaba con que unos
subsaharianos (eufemismo que sirve para hablar de negros, pese a que más abajo
del Sahara también haya blancos: por ejemplo en Sudáfrica. Un, dos, tres, responda otra vez) habían
intentado saltar la valla de Melilla de forma violenta, causando heridas a un
guardia civil. ¿Cómo es posible que a
estas alturas aún se hable de violencia en estos casos? ¿Quién violenta a quién: unas personas que
con sufrimiento se ven obligadas a abandonar sus países, sin más armas que sus
manos y su esfuerzo, o unos policías entrenados y armados para impedir que
nadie que no sea rico pueda atravesar la frontera? Me parece una vergüenza el tratamiento de la
noticia. En cualquier caso esta noticia
sí me da la excusa perfecta para hablar de eso que está tan de moda: el
nacionalismo.
Cuando manifiesto mi rechazo al
nacionalismo no estoy rechazando el nacionalismo de espacios más reducidos de
terreno para decantarme por terrenos más amplios, o sea, que no rechazo el
nacionalismo catalán para apoyar el nacionalismo español (dicen que si ya
hablamos de un país legal no es nacionalismo si no patriotismo. No acabo de ver la diferencia, pero como muy
sabio no soy...) Lo que estoy rechazando
es que sucedan episodios como este de la valla.
Lo que no puedo llegar a entender es que haya ni un solo ser humano que
esté sufriendo, que se vea obligado a abandonar su tierra y sus gentes porque
no puede ganarse la vida. Lo que no
entiendo es que se pongan fronteras a los países para proteger sus
riquezas. La riqueza es de todos los
individuos que habitamos la tierra y no se puede consentir que una persona no
sea libre de ir a donde le plazca y ganarse la vida allá donde pueda, de la
misma manera que no se puede seguir tolerando esta maldita organización social
que lleva a unos a vivir en la ostentación mientras otros mueren de hambre o
pasan penurias.
La única manera de salir de esta
es reconocer a nuestros iguales allá donde estén y para mi mis iguales son los
desheredados, son aquellos que padecen la injusticia de haber nacido unos
metros más allá. Son aquellos a los que
se quiere estigmatizar y culpabilizar haciendo correr falsos bulos que los
coloca como aprovechados y caraduras.
Si alguien lee esto le invito a
que reflexione sobre la cuestión nacional y el individuo. ¿Realmente son las naciones las que deben
liberarse o son los individuos los que deben estar por encima de todo? ¿Hasta cuándo podremos mantener a las
personas muriendo de hambre al otro lado de la valla? ¿Cuánto tiempo más seremos capaces de
mantener las fronteras para defender los intereses de los poderosos?
También me gustaría animar a la
reflexión sobre quién es en realidad el enemigo que nos amenaza:
¿Son esos tipos pobres que han venido
aquí a buscarse la vida, de la misma manera que nuestros hijos empiezan a tener
que hacer? ¿Son esos pobres que vemos en
las calles? ¿Son esos emigrantes que
tanto nos desagrada mirar porque van sucios, son ruidosos y no tienen
educación? O por el contrario son esos
señores trajeados, agradables a la vista que nos imponen condiciones
draconianas a la hora de dejarnos dinero.
Esos que nos roban los ahorros a punta de contrato. Esos que legislan sobre nuestro bienestar,
sobre nuestros sueldos, sobre nuestro sustento, sobre nuestra sanidad,
educación, etc. Esos que nos dicen lo
que está bien y está mal. Esos mismos
que se gastan nuestro dinero en altas vallas que protejan sus intereses. Esos que tanto disfrutan de la guerra. Esos que ordenan el asesinato de civiles y de
soldados.
Para mí está claro quién es el
enemigo, quién es el violento y que los países son una estafa y las fronteras
un lujo que los pobres no nos podemos permitir.
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