Soy una persona de condición social
incomodada. No, no es que tenga
dificultades para subsistir, salvo los habituales malabarismos para llegar a
final de mes y todo lo demás. Vamos, que
puedo afirmar que pasar hambre no pasamos.
Es más me atrevería a decir que pese a los malabarismos para llegar a
final de mes, hasta ahora, me he podido permitir el lujo de ahogar la
frustración, cuando aparece, a base de compras absurdas en bazares chinos o,
cuando me pongo en plan intelestual revolviendo alguna librería de viejo y
comprando libros a precio de saldo.
Lo de la condición social incomodada es una
postura que adopté desde que tengo uso de razón política. Desde que soy consciente del mundo en el que
vivo y de las injusticias que en él se cometen me he sentido incomodado.
Esta condición me persigue en el día a
día. Y mira que trato de llevar una vida
lo más normal posible, pero no sé porque narices a quien ostenta el poder la da
por ponérmelo cada vez más complicado.
Así, entre nosotros, ahora que ya nos tenemos confianza, me importa
varios rábanos quién narices esté en el gobierno. Desde su condición de poderoso siempre acaba
incomodándome de una manera u otra. Sea
congelándome el sueldo, sea rebajándomelo, sea obligándome a cotizar más tiempo
para acceder a una pensión, sea obligándome a pagar determinados medicamentos,
sea abaratando el despido, sea recortando las prestaciones por desempleo, sea
privatizando el abastecimiento de agua, la atención sanitaria, sea obligándome
a cumplir absurdas leyes o sea incluso insultando mi condición de
abstencionista. Además si sobrepasamos
lo cotidiano y vamos a lo global ya la cosa no es que me incomode sino que me
encocora y me solivianta.
Hasta aquí nada nuevo. Llevo ya una ingente cantidad de años dando
de comer caviar al rico y de beber Vega Sicilia al millonario. No, no es que lo tenga asumido, pero en
cierta manera se me ha endurecido la piel y parece que cuesta más que me salga
de mis casillas. Entiendo que hay que
trabajar y trabajar para que esto cambie y en eso estamos. Ahora bien, para lo que realmente no estoy
preparado es para el insulto.
Hace un par de días recibí una carta de la
Dirección General de Tráfico en la que me llamaban abiertamente pobre. Paso a redactar lo que yo leí:
Querido señor Patricio el pobre,
Nos dirigimos a usted para indicarle que no
es más que un piltrafilla que anda conduciendo una chatarra con ruedas. Pese a que conocemos que usted no es más que
una rata inmunda que gasta menos que Tarzán en camisetas, tiene que saber que
con su actitud desafiante está poniendo en riesgo la vida de sus seres queridos
y la de otras personas a las que no conoce, pero que si las conociera estamos
seguros de que también las amaría.
Por otro lado queremos indicarle que gracias
a su espíritu roñica está abocando a nuestra portentosa industria
automovilística (bueno no es nuestra, pero le inyectamos tanta pasta pública al
sector que casi lo parece) a la hecatombe (entiéndase hecatombe no como el
sacrificio de 100 bueyes, sino como la catástrofe superlativa)
Así pues no nos queda otra que comunicarle
que su “coche” (sería más correcto amasijo de hierros con ruedas) tiene más de
diez años y que vaya pensando en cambiarlo y así podrá disfrutar de las
ventajas de conducir un coche nuevo. Un
coche nuevo representa que usted pueda alardear de un estatus social
acomodado. También representa que por
fin podrá causar envidia en su cuñada que se morderá los puños nada más verle
salir a pasear con su flamante carro haciendo ostentación. Tampoco es desdeñable que su cuñado se
derrita por rozar siquiera la carrocería de tan bello ingenio como el que usted
debería estrenar en breves.
Así pues, piense señor cicatero y paupérrimo
que su condición puede estar pronta a cambiar, lo único que debe hacer es
gastarse un dineral. Y si no puede… pues vaya usted al banco, ¡leches!, que para
eso los rescatamos.
Atentamente:
Bueno exactamente la transcripción de la
carta os la pongo aquí abajo, pero yo me sentí como si hubiera leído el texto
redactado.
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