Me duele el hombro
Es el hombro de las palmaditas en el hombro
Es el hombro al que se aferra el vendedor de
enciclopedias
O el banquero que trata de enredarte en algún
negocio
Parece que cuando te tienen cogido por ese hombro te
intimidan más
Me duele el hombro
Es el hombro de las palmaditas en el hombro
El que usan mis amigos cuando me saludan
O me despiden
Para dar mayor énfasis a la alegría del encuentro
O del desencuentro
Cuanto más quieren destacar la amistad
Más fuertes son los golpes en el hombro
Me duele el hombro
Es el hombro de apoyar cabezas
Es el hombro de consolar desgracias
Es el hombro de llorar en el hombro
Me duele el hombro
Es el hombro de las palmaditas en el hombro
También es el hombro por el que me sujeta el
político
Es el hombro que usa el político para caer simpático
Es el hombro de conseguir votos
Me duele el hombro
Es el hombro de las palmaditas en el hombro
Es el hombro por el que pasan las cosas camino de la
espalda
Esas que se echan a la espalda
Me duele el hombro desde hace más de cinco meses.
Vale, pues con tanto dolor de hombro, el otro día
estuve en el médico y, tras explicarle mis desgracias, me miró con aire de
preocupación mientras observaba una radiografía.
— Tienes tres tendones hechos polvo. Habrá que ponerte una infiltración en el
hombro.
En ese momento me quedé estupefacto. ¿Una infiltración en el hombro? ¿Quiere eso decir que tendré una especie de
tipo infiltrado en mi interior que se dedicará a vigilar cuanto haga o diga y
además saboteará todas mis intenciones con la clara finalidad de convertirme en
un ser susceptible de ser detenido, denostado o ridiculizado frente a mi
entorno? No, de ninguna manera quiero
tener yo un infiltrado en mi interior.
Parece que el médico debió de notar algo, porque su
semblante tomó una expresión de preocupación y restando importancia dijo:
— No es nada grave, sólo se trata de infiltrar el
hombro para mitigar el dolor.
¡Pánico! Mi
hombro tomando vida propia y alejándose de mi cuerpo para infiltrarse en las líneas
enemigas. ¡Dios mío, no! No quiero que cada día me venga con el soplo
de lo que hace este o aquel, ni con planes maquiavélicos para acabar con todos
ellos. No quiero tener pegado a mí al famoso hombro de valons.
El médico no sale de su asombro. Creo que en su vida se las ha visto con un
paciente tan expresivo, así que, sin más, me pide que me quite la camisa. Orden que ejecuto aterrorizado y
despidiéndome de mi hombro querido.
El médico se aproxima a mí portando no buenas
noticias ni nada parecido, sino una jeringuilla de tamaño considerable, cargada
de líquido y con una aguja acoplada que asusta de solo mirarla de grande que
es.
— Seguro que has oído hablar mucho de las
infiltraciones
Yo, siendo culto como soy, marisabidillo y
sabioncete, le contesto:
— Por supuesto, por supuesto. Veo bastantes películas y leo algún libro de
vez en cuando.
— Lo digo — suelta el médico impávido— porque pese a
lo que dicen no es nada malo.
¡Copón que no!
Pero ¿cómo no va a ser malo eso de infiltrar gente en los hombros ajenos? Y un hombro en gentes ajenas ya tiene que
ser la leche
— Es sólo un calmante de acción lenta y continuada que
te ayudará a superar el dolor.
El rubor, el color rojo, encarnado, rojo fuego, rojo
vivo, rojo sangre, rojo rojo se apodera de mi rostro. Que ridículo, madre, que ridículo.
Bueno, en resumidas cuentas, que me duele el hombro
mucho desde hace tiempo. A ver si se me
cura ya ¡Leches!
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