A mi me ha costado bastantes años darme cuenta, pero
hay que hacer un viaje interior para ser capaz de organizar y gestionar las
emociones; particularmente la ira. La
ira es lo que peor he gestionado a lo largo de mi vida, pero eso cambió el día que
decidí iniciar un viaje interior con la finalidad de ser capaz de mantener a
raya la cólera.
La mente humana es capaz de cosas prodigiosas. Una emoción mal gestionada, contenida, es
capaz de afectarnos físicamente. Podemos
enfermar de la manera más absurda por no ser capaces de manejar nuestros
sentimientos; así la furia contenida puede desencadenar en piedras en el riñón,
la vesícula, resfriados, dolores de estómago, úlceras o incluso un cáncer de
colon. Que no lo digo yo, ojo, que lo oí
hace tiempo en la radio. Un reputado
psicólogo lo explicaba a la perfección.
Tan bien lo explicaba que me vi retratado de tal manera que llegué a
ruborizarme como no lo había hecho desde la adolescencia. Me explico:
Yo era el típico hombre incapaz de enfrentarse a sus
superiores en el trabajo. De hecho tengo
un jefe que es un auténtico cabronazo.
Parece que sólo disfruta puteándome y yo me voy encendiendo y
encendiendo, pero como tiene muy mala hostia y es capaz de despedirme pues yo
me contengo y apechugo con lo que venga, pero claro, así, lo único que hago, es
cargar más y más la olla a presión en que se ha convertido mi mente. Todo este tema de la crisis no ha hecho más
que acrecentar la presión a la que me veo sometido, pues a los típicos gritos y
desbarres habituales ha unido ahora una cantinela de: “pues si no estás a
gusto, ya sabes, a la puta calle, que hay mil como tú que se pelearían por
tener tu trabajo con la mitad de sueldo”
¿Qué hacía yo antes?
Pues llegaba a casa y la emprendía a gritos con mi mujer y mis dos hijos
que no entendían nada en absoluto. Y es
que es verdad, tú. Están todo el día sin
verte y cuando vienen a recibirte les sueltas la caballería. Claro una cosa lleva a la otra y con los
gritos sólo no tenía bastante para descargar, así que últimamente se me escapaba
algún que otro soplamocos. Nada
importante; una bofetada con la mano abierta a mi mujer y algún que otro
pescozón mal dado a los chicos.
Esto era así hasta que escuché al psicólogo en la
radio explicar lo de la gestión de las emociones y el buscar la parte positiva
de las situaciones. Y, coño, que me
llegó al alma. Sobre todo esa parte en
la que explicaba que si salías del trabajo cabreado, porque tu jefe era un
borde, no podías guardarte la ira para descargarla a gritos con los de
casa. Tus seres queridos no tenían
ninguna culpa. Aquí fue donde se me
encendió la luz. Realmente yo quiero a
mi mujer y a mis hijos. Entonces, ¿por
qué me empeño en convertirlos en la diana de mi frustración? Además el psicólogo me ha enseñado a ver la
parte positiva de la vida. Aquello de
que “si la vida te da limones haz limonada” se ha convertido mi frase de
cabecera. Así si la vida me ha dado
crisis económica no puedo hacer más que aprovechar la oportunidad que me
brinda. Así que ahora, en lugar de
llegar a casa y descargar la toda mi furia, me doy una vueltecita por el
barrio. Pongo especial atención a los cajeros
automáticos, bancos, callejones, montones de cartones, etc. Y en cuanto diviso un mendigo le doy de
hostias hasta que estoy exhausto. A mi
ira le va de puta madre y mi familia, desde que sigo los consejos del
psicólogo, me quieren más. Dicen que estoy
cambiado y yo sé que no, que lo que realmente ocurre es que ahora he aprendido
a gestionar mis emociones.
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