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viernes, 27 de marzo de 2020

Introducción


Fue una concatenación de hechos, pese a que algunos se empeñan en fijar una fecha concreta para lo que hemos dado en llamar La Gran Revolución.  Así pues, cada cinco de Planck se celebra el inicio de la nueva era como si del advenimiento del Mesías se tratara.  De hecho, el advenimiento del Mesías ya no sólo no se espera, sino que dejamos de celebrar las navidades desde que Fernando Góngora hiciera la disertación en un sesudo artículo científico sobre el calendario juliano, el calendario gregoriano y los aspectos más relevantes del tiempo en la mecánica cuántica, descubiertos tras sus profundos estudios sobre Planck y la radiación del cuerpo negro.  A partir de la aparición de ese artículo y de una serie de conferencias, se ha tornado peligroso desde preguntar la hora, hasta saber si al día siguiente hay que ir a trabajar o no; si el reloj de fichar será definitivamente de amoniaco o será sustituido por uno de cuarzo o, si por el contrario, será un reloj atómico o un reloj de tamices cuánticos, que tenga en cuenta la constante de Planck como el mínimo valor posible, para iniciar la hora de fichaje y fijar su fin, teniendo en cuenta que entre constante y constante no es posible que suceda absolutamente nada.  Un sin Dios.

Llevábamos unos cuantos años, si utilizamos el sistema de medición del tiempo de la era anterior a La Gran Revolución, desde que se iniciara la crisis económica más terrible que asoló al planeta.  Al parecer, el capitalismo, como sistema, había desbordado por todas partes.  La especulación era ama y señora de todo.  Campaba a sus anchas haciendo acopio mundial de capitales, mientras limitaba el movimiento de las personas.  Las acciones de bolsa, los movimientos bancarios, la especulación inmobiliaria, la especulación sobre los alimentos, la crisis energética y los insaciables “mercados” arrasaron con todo.  Entretanto millones de personas perdían sus empleos en los países llamados desarrollados, mientras en los llamados del tercer mundo, perecían por millones de inanición y fruto de conflictos provocados por el propio capital, ansioso por recoger beneficios a costa de la venta de armamento, la reconstrucción de las zonas devastadas y el reparto de lo que llamaban eufemísticamente “ayuda humanitaria.”  Todo estaba degenerando en favor de una porción de autoelegidos que se estaban repartiendo el planeta.

Pese a toda la desolación que se vivía, parece ser que las personas decidieron no quedarse en casa y se organizaron por barrios, por colectivos de trabajadores o de afectados por tal o cual ataque del capital y poco a poco fueron convirtiéndose en ese insecto molesto que no te deja concentrar en las cosas realmente importantes.  Pero lo que más le dolió a todo este sistema podrido, fue cuando los intelectuales y científicos empezaron a negarse a asistir a galas de entregas de premios.  El dinero en forma de cheques de reconocimiento por parte de los gobiernos, era sistemáticamente rechazado.  Los grupos financieros se quedaron sin sus investigadores más emblemáticos y el premio nobel perdió tanto prestigio que, en todas sus categorías, se acababa entregando a auténticos patanes

Para acabar de empeorar las cosas, una serie de pandemias recorrieron el mundo, pero la que más incidencia tuvo fue la denominada pandemia del coronavirus.  Esta enfermedad fue transversal, no entendió de fronteras políticas ni sociales.  Daba lo mismo donde vivieras y el dinero que tuvieras, en cualquier momento podáis padecerla.  Los gobiernos de todo el mundo reaccionaron de forma descoordinada, pero con una finalidad concreta muy bien definida: que la economía se resintiera lo menos posible.  Que el daño al capital fuera el menor de los posibles.  Lógicamente, como sucede en estos casos, la recogida de beneficios fue brutal, pero a consecuencia de los largos días de confinamiento obligado y de la limitación de circulación de las personas por las calles, el poder tuvo miedo, tuvo mucho miedo, de hecho, el pánico se extendió entre la clase dominante.

Se aprobaron leyes que prohibían manifestaciones que no estuviesen explícitamente autorizadas por el gobierno de turno.  Se limitó la libertad de expresión hasta puntos insospechados.  Pronto la maquinaria empezó a estar engrasada y las gentes, a consecuencia del confinamiento y de los cambios producidos, empezamos a olvidar lo que hasta entonces había resultado cotidiano.

Hubo una gran cumbre de jefes de estado y de gobierno que en realidad ocultaba la cumbre importante, la de los grupos financieros, entre los que se encontraba, como parte más visible, el Club Bilderberg, pero no era el único.  Allí fue donde seguramente se decidió todo, donde empezó a sonar la orquesta al compás de sus directores.  Donde el mundo se vio abocado al inicio de lo que denominaríamos, inspirados en el término que acuñara en su día Friedrich Engels: La Democracia Científica.

Ante la incapacidad de la política de controlar a una sociedad civil cada vez más belicosa, los autoelegidos decidieron apartar a los viejos políticos del poder.  Eso sí, antes de irse representarían lo que sería un cambio de sistema, dando por muerta la democracia burguesa y el sistema capitalista para dar paso a la nueva era tecnológica de la pseudociencia, denominada en estos Nuevos Tiempos: ciencia, sin más.

No tardaron los políticos de cada país en aparecer cariacontecidos, pero con la firme determinación de cambiar las cosas en pos de un futuro mejor para todos.  Surgieron discursos grandilocuentes dando vivas a la nueva era, la era en que por fin los políticos abandonarían el poder, sacrificados cual hecatombe griega, en favor de personas cualificadas para guiar la nave hacia el nuevo estado del bienestar científico.  Así, con minúsculas, porque ese estado no se refiere al Estado, sino a la situación de bienestar que vivirán cada uno de los individuos, el bienestar individual, ese estado en el que a partir de ahora, desaparecería el individuo como ente material, con la única aspiración de alcanzar el Prana. la Mega Conciencia Universal en la que el individuo deviene en una Totalidad de Conocimiento Puro.

Se sustituyó el significado de las siglas de los partidos políticos por otros bien distintos.  Pese a todo, se decidió mantener las siglas como un recuerdo de lo que fue el pasado y que nunca más debería repetirse.  Así, por ejemplo, el PP ya no significaba partido popular, sino Partículas Portadoras.  PSOE ya no significaba partido socialista obrero español, sino Partículas Superlumínicas Ordenadas Estáticas.  IU, en lugar de Izquierda Unida, quería decir Inestable Universo.  El PDECat, surgido de la antigua CIU, ya no era el Partido Demócrata Europeo Catalán, sino Partículas Diatómicas Eutróficas Catalizadoras (debido a la eutrofización sufrida, decidieron fusionar todos los partidos surgidos, tipo JxC y otros, en uno sólo, de ahí lo de “Partículas Diatómicas”.  El PNV dejó para siempre de ser el partido nacionalista vasco, para ser partículas de neutrinos virales.  Incluso la izquierda abertzale pasó a autodenominarse Inestables Atómicos, consciente de que introducir el concepto atómico podía suponer, de nuevo, la ilegalización de la formación.  Podemos no cambió su nombre, era lo suficientemente ambiguo como para tener cabida sin más modificaciones que la de sus anteriormente denominados “Círculos”, que pasaron a llamarse: Círculos de Sinner.  Ciudadanos sí se vio obligado a cambiar, ya que el nombre resultaba excesivamente comprometido y tuvieron que denominarse Físicos Excelentes Organizados (FFEEOO).  Por supuesto no podía faltar a este reparto de nombres UPyD, que dejó de ser unión progreso y democracia, para desaparecer definitivamente del panorama científico, tal y como ya lo había hecho tiempo atrás, del panorama político, pero siempre les gustaba salir a explicarlo, como si a alguien le importara.  VOX buscó convertir su nombre en un acrónimo, aunque antes no lo fuera.  No quería ser menos que los demás y decidió que VOX querría decir Vimos Oganeson en el Xinema; no tenía mucho sentido, pero es que fueron los últimos en aceptar el cambio y antes tampoco es que tuvieran demasiado, sentido quiero decir.

A partir de aquí, ya sólo hacía falta dar con los “científicos” adecuados, que fueran capaces de dirigir este bajel hacia la tierra prometida.

Anna Romanova fue la abanderada de las partículas portadoras (PP).  Se trataba de una inminente científica que nadie conocía y que recuperó los estudios de Fibonacci sobre los principios Euclidianos, pero les dio un giro inesperado, ya que, en contra de las pretensiones de Fibonacci, Romanova demostró, sin ningún tipo de duda, que 2+2 = 5.  En un primer momento todo el mundo la tomó por lo que era, una impostora, pero cada vez que algún matemático ponía en cuestión la demostración de Romanova, desparecía sin dejar rastro.    En cuanto a alguien se le ocurría hacer un comentario jocoso sobre el hallazgo en cualquier ámbito (bar, familia, amigos), desaparecía en menos de veinticuatro horas.  Pronto el terror se apoderó de todo el mundo.

Los autoelegidos temieron que se volviera a la situación de desórdenes inicial, así que se apresuraron en lanzar al nuevo líder de las filas de las Partidas Superlumínicas Ordenadas Estáticas (PSOE): Frank Hoskins, otro gran desconocido.  Recuperó los estudios de Gauss que demostraban que 2+2 más bien tendía a 3 en lugar de a 5.  Así pues, Frank Hoskins, en poco tiempo, estuvo en disposición de afirmar sin temor a equivocarse que 2+2 = 3.  Era el nacimiento de las posturas antagónicas y pronto la mayor parte de la población se decantó por una u otra postura alegando que se trataba de un mal menor.

La campaña electoral se dio por iniciada.  Todo ello, a pesar de que, el Inestable Universo (IU) pedía a fuertes voces una verificación de la caja de Schrödinger, ya que tenían serias dudas de si el gato continuaba con vida, petición a la que se sumó Podemos que no hacía más que vocear en contra de la casta de científicos que se entretenían en sumas absurdas, olvidando los problemas reales de la gente, esto es: ¿realmente Schrödinger se acordó de meter el gato en la caja?

Por su parte Vimos Orgason en el Xinema (VOX) reclamaba que se matara al gato, se quemara la caja y nos dejaran en paz a la gente de a pie.

Los FFEEOO se movían entre la indefinición del resultado tres y cinco, pero con una clara tendencia al seis, eso sí, barajando la posibilidad, si eso, de dividirlo entre dos.

Una vez más nuestro país se convertía en la vanguardia de los experimentos políticos y sociales.  El nuevo sistema cabalgaba desbocado extendiéndose por todo el mundo.

sábado, 21 de marzo de 2020

Luernes


Soy muy buena persona.  Lo sé porque todo el mundo me lo dice.  Y no sólo lo dicen cuando estoy en su presencia.  Sé de buena tinta que por detrás van diciendo:

     ¡Ah!, sí, conozco a Patri, es un gran tipo.

De modo que si tantas personas afirman una cosa es porque sin ninguna duda, están en lo cierto.

Ya sé que hay personas que me odian, pero eso le pasa a todo el mundo.  Es imposible que absolutamente toda la humanidad que te conoce piense de ti que eres una buena persona.

Cuando digo que soy una buena persona, lo digo pese a conocerme a mi mismo y saber que en determinados momentos, me vienen pensamientos un tanto extraños.  Pensamientos como cuando estoy hablando con una persona y de repente caigo en la cuenta de que tiene un largo cuello que se mueve con la proyección de sus palabras, y me quedo pensando en que, si en ese momento le rebanara la garganta brotarían chorros de sangre que lo pondrían todo perdido, incluida mi camisa blanca acabada de planchar.  También que sus palabras acabarían convertidas en gemidos y hálitos anunciando los estertores de la muerte.  Luego trato de retomar el hilo de la conversación como buenamente puedo, pues, a veces, estos pensamientos se prolongan de tal manera que soy incapaz de regresar a la normalidad.  Pero vamos, este tipo de pensamientos ¿quién no los tiene?  ¿Eh?

Ayer escuché a un militar explicar en la televisión que juntos ganaremos esta guerra y que pese a ser viernes, ahora, todos los días son lunes y todos los españoles son soldados en esta guerra.  Bueno, no sé dijo exactamente estas palabras, pero lo de soldados me quedó clarísimo.  Así que me puse manos a la obra:

He empezado por ponerme de tono de alarma el toque de diana, a una hora absolutamente intempestiva.  Me he levantado aseado, rapado y vestido en cinco minutos.  He posado firmes en el balcón como si fuera a pasar revista.  He echado unos trotes a lo largo del pasillo y he subido y bajado las escaleras de tres en tres.  Después he desayunado a toda prisa y he vuelto a bajar y subir escaleras hasta caer reventado.  En el pasillo he desfilado con giros a izquierda y derecha, cargando y descargando el mocho a modo de cetme.  Después he comido un rancho infecto y en el rato de descanso me he conectado a internet y he comparado en Amazon rifles de precisión.  No creáis que he hecho una compra a lo loco, que va.  Me he leído todos los comentarios y opiniones, incluso he enviado una consulta al vendedor que me ha contestado bastante rápido.  Al final me he decidido por un rifle Sumrak, concretamente el SVLK-14S, y lo he hecho sobre todo porque me han asegurado que tiene un dispositivo similar al de las cámaras de fotos que corrigen el posible temblor y permiten abatir a la pieza si la tienes debidamente enfocada en la mira telescópica.  Lógicamente me han pedido el permiso de armas en el momento de ir al carrito de la compra.  Como no estoy en posesión de la licencia, he tenido que buscar el corte de voz del susodicho militar y enviarlo.  Con eso han tenido bastante para enviármelo en veinticuatro horas.  Me he hecho una cuenta premium.

El rifle ha llegado esta mañana.  Justo después de que jurara bandera con el hule de la mesa de la cocina colgado de la lampara del comedor.  Lo he hecho justo cuando aplaudían en los balcones de la calle para jalear al ejercito por la labor desarrollada frente a la pandemia del coronavirus, así aprovechaba esos aplausos lanzados al aire que no iba a recoger nadie y los he guardado por si en algún momento necesito infundirme valor, ante el trabajo que me dispongo a realizar.

El cartero tenía muy malas pulgas.  Yo no tengo la culpa de que tenga que servir bienes de primera necesidad, aunque los envíe Amazon.  Desde luego, hay que ver como se ha puesto por tener que entregar un paquete de nada.

Bueno yo, a lo mío.  He abierto el paquete con los guantes desechables y la mascarilla puestos.  He frotado todas las partes del fusil con gel hidroalcohólico.  Sí, las balas también, a ver si pensáis que soy tonto.  Y he seguido con el programa de instrucción y formación militar.  Cuando he acabado de comer el rancho infecto he salido al balcón, he montado el fusil, he ajustado la mira, lo he cargado y me he apostado tras los geranios a esperar oteando el horizonte.

No ha pasado ni media hora y ya ha aparecido el primer traidor que tenía toda la pinta de haberse saltado el confinamiento.  Andaba despreocupado.  Creo que hasta silbando.  Con las manos en los bolsillos y sin ningún tipo de mascarilla.  ¡Maldito sea ese antipatriota!

Lentamente he deslizado el cañón a través de las plantas asentando las patillas sobre la barandilla del balcón.  He pegado mi ojo a la mira y he fijado el blanco en el centro de la cruz.  La óptica ha dado un pequeño salto y ha dado nitidez a la cara del tipo que tenía encañonado.  He oído un pequeño click y he notado como el rifle se quedaba fijo.  Al mismo tiempo he notado un click en mi cabeza y he recordado al tipo ese jugando con sus hijas en el parque.  Lo he recordado paseando del brazo de su pareja y me han venido imágenes de sus padres, ya mayores, paseando junto a él.  Entonces he levantado lentamente el fusil y con un hábil giro de cintura me he encontrado apuntando a la tele y ahora sí, ahora he tirado suavemente del gatillo y la bala ha salido suavemente, sin apenas ruido, por el cañón y ha hecho saltar en mil pedazos el televisor.  Después he dejado el fusil en el suelo y he llorado.  He llorado amargamente mientras me arrancaba las insignias torpemente cosidas a mi ropa y mientras me arrancaba los botones de la camisa y del pantalón.  Me he acurrucado en el sofá, me he tapado con la manta y, poco a poco, he conseguido calmarme y me he dado cuenta de que no soy un soldado, de que lo que soy es una buena persona.