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domingo, 26 de noviembre de 2017

Libertad de pensamiento y fast thinking



Vivimos tiempos en los que el pensamiento se hilvana más a partir de eslóganes que de profundos desarrollos lógicos o con un mínimo de coherencia y de firmeza temporal.  Nuestra ideología se va desarrollando más a golpe de tertulia televisiva, en la que, realmente, no se profundiza en ningún tipo de ideología, sino que más bien, se abusa de la falacia lógica y del espectáculo.  Es ese momento en que el plató de televisión tiene más parecido con una encendida discusión de bar, a altas horas de la madrugada, bajo una gran masa alcohólica, que con un grupo de pensadores, ideólogos o “sabios” que debaten sobre cuestiones sociales, políticas o económicas.

Esa manera de hacer ha traspasado las fronteras de los platós televisivos y se ha asentado en los diferentes espacios de poder político.  Así pues, ya no se limita al mediático Congreso de los Diputados, lugar de monumentales broncas vacías de contenido, pero cargadas de retransmisión televisiva, sino que ha invadido, incluso, aquellos espacios que, en buena lógica, habrían de desarrollar una manera de hacer más pragmática y menos falaz.  De este modo, resulta harto complejo dar con un pleno de ayuntamiento, por pequeña que sea la localidad, que no se brinde más al espectáculo mediático que a la gestión y oposición asentada en una u otra ideología.

En cualquier caso, tampoco quiero engañar a nadie.  Lo que hagan los políticos y los tertulianos con sus cosas de político y tertuliano me importa más bien poco.  En realidad, me preocupa que esta manera de hacer se está instalando más y más entre nosotras, las personas de a pie.  Quiero decir que cada vez es más complicado desarrollar un pensamiento o una discusión sin caer en el eslogan, la falacia o la falta de memoria; esta última deliberadamente alentada desde los medios de desinformación y los propios comunicadores y políticos, a quienes un pueblo desmemoriado les va estupendo para afirmar una cosa y la contraria sin el menor rubor.

Conviene pues, abandonar a los mesías del pensamiento, a los reyes del eslogan y, en fin, al consumo rápido de titulares que pretenden una destrucción de cualquier ideología de raíz profunda para volverlo todo gris.

Una ideología, entendida esta como la que nace en el pensamiento más profundo de cada individuo, tiene un recorrido lento; se construye a muy largo plazo y, además, tiene un componente circular; quiero decir, que no se puede edificar sobre verdades inamovibles, sino que hemos de ser capaces de evolucionar y cambiar determinados puntos de vista.

Hay que leer a pensadores próximos a lo que pensamos y a sus antagónicos y a sus similares.  A veces hay que aburrirse con una lectura que tomaremos a pequeños sorbos para no atragantarnos.  Digerir poco a poco aquello que nos cuesta asimilar o entender.  Poner en cuestión, sobre todo, aquello que nos parece como una “revelación”.  En definitiva, no escatimar esfuerzos en formarnos como personas de pensamiento crítico, independientemente de la edad que tengamos (no hay límite de edad para continuar emocionándose con el aprendizaje).  Dedicar una parte de nuestro tiempo a leer largos artículos que profundizan en noticias y sucesos actuales y aportando diferentes versiones de lo que acontece.  Debatir desde la humildad, sin querer vencer la batalla dialéctica, sino más bien, buscando el enriquecimiento de escuchar diferentes puntos de vista y viendo como funcionan los argumentos que hemos construido internamente y que, en nuestra soledad, hemos sido incapaces de verificarlos y por tanto detectar sus puntos débiles.

En definitiva, debemos bucear más en nuestro interior y abandonar los eslóganes de los tertulianos, los economistas o las estrellas de la comunicación.  Seguir nuestro propio yo al que iremos alimentando convenientemente y sobre todo huir de los mesías del pensamiento y ponerlo todo en cuestión, especialmente esto que acabas de leer.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Quid pro quo

Así pues, la malvada reina ordenó al cazador que llevara a Blancanieves al bosque y allí acabara con su vida.  Siendo la reina tan malvada como desconfiada exigió al cazador que trajera de vuelta una prueba de la ejecución.

      Te exijo, cazador, que me traigas el corazón de la niña.

El cazador partió dispuesto a cumplir la encomienda, mas cuando en medio del bosque se hallaba viendo a Blancanieves tan cándida y feliz decidió explicarle lo sucedido y pedirle que huyera a lo más profundo del bosque y que nunca más volviera, puesto que entonces comprometería la vida del cazador.


Blancanieves corrió y corrió hasta desaparecer en la espesura del bosque.  Entonces el cazador recordó que tenía que llevar la prueba de la ejecución a la malvada reina.  Miró en derredor y vio a lo lejos una cierva que pastaba despreocupada.  Tomó el arma apuntó y la cierva se desplomó.  El cazador sacó un gran cuchillo del cinto y se dispuso a extraer el corazón de la madre de Bambi.