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domingo, 23 de agosto de 2020

Casa deshabitada, casa okupada

Oye, que la cosa está mucho peor de lo que dicen en las noticias.  Y no creas que es algo que me han contado.  Que te lo digo yo, que me ha pasado a mí, que no hablo de que alguien me ha dicho que le han dicho o que le ha pasado, no.  Esto me pasó a mí y es muy gordo.

 

Fue hace ya una semana.  Como cada día fui a bajar la basura.  Con lo puesto y el móvil, que yo el móvil no lo suelto ni para ir al baño.  Bueno al baño es donde siempre lo llevo.  Pero no quiero despistarme de lo que te quiero explicar.

 

Bajé la basura.  Fui hasta el contenedor que, como sabes, está como a veinte metros de casa y, tonto de mí, nunca cierro la puerta de entrada, ni la del piso.  Si total, es un momento de nada.  Y además mi mujer, mi amorsote querido estaba en casa, así que, ¿para qué narices iba a cerrar la puerta?  Total, que cuando vuelvo de tirar la basura me encuentro con el portal cerrado y yo venga a llamar al timbre y dale, que dale y nada, de nada.  Que se me habían metido los okupas en casa, joder.  Y yo sin llave.  ¿Cómo iba a pensar yo que tenía que llevarme llave y cerrar la puerta porque en cuanto sales de casa, ¡zas!, viene un okupa y se te mete y no hay forma de sacarlo.  ¿Y mi chica?  ¿Qué habrán hecho con ella?

 

Después de tocar infructuosamente al timbre y de llamar al teléfono de mi señora, que daba como que estaba apagado o fuera de cobertura, llamé a la policía.  ¿Qué creéis que hizo la policía?  ¡Na-da!  Eso es lo que hacen con la pobre gente como yo.  No me hicieron ni caso y mira que describí la situación con pelos y señales.  Diría que hasta oí unas risitas al otro lado del teléfono.

 

Visto que la policía no estaba de mi parte me decidí a buscar a una gente que me habían dicho que “trabajaban” al margen de la ley y que eran muy eficaces en su cometido: Desokupa, se llaman; y estos sí me hicieron caso enseguida.  No quisieron siquiera detalles de lo sucedido.  En un decir Jesús ya estaban en el portal de casa dos señores enormes y tope mazados.  Oye, que daba gozo verlos.  Todos esos músculos y esa ropa apretada que marcaba todo.  Como para no asustarse si vienen a por ti.

 

     Tranquilo— me dijeron— vamos a sacar a esos hijos de puta de tu casa.  Apártate por si hay un poco de baile.

 

Crucé al otro lado de la calle para dejarles hacer tranquilamente su trabajo.  En un pis pas consiguieron abrir el portal y se metieron y yo confié plenamente en la profesionalidad de esos individuos capaces de dejar todo cuanto pudieran estar haciendo para atender mi llamada y colarse en mi casa como si fuera la casita de paja de uno de los tres cerditos.

 

Pasó una hora, dos, doce y se hizo muy de día.  El calor ya empezaba a apretar cuando pude ver que salían los dos “armarios roperos” de mi casa.  Me acerqué a ellos y la primera impresión es que ya no tenían ese aspecto de fascistas asesinos con el que llegaron.  De hecho, parecían dos dulces criaturas satisfechas de la vida.

 

     ¿Y bien?

     Bueno, esto es más complicado de lo que creíamos.  Vamos a necesitar volver varias veces para poder desalojar a la…, a los okupas esos.

     Pero esto es una vergüenza, ¡es mi casa!

     Claro, claro, pero el gobierno ya sabes que solo apoya a los okupas y a la pobre gente trabajadora que nos hemos dejado la vida para poder tener un techo, nos dejan de lado.

 

Y oye, que así llevo ya una semana viviendo en un hostal junto a mi casa, recibiendo casi a diario a los muchachos de desokupa y esos putos okupas viviendo a cuerpo de rey en mi salón, mi cama, mi cocina…  Pero no sigo sino me dan ganas de echarme a llorar.  Tan solo quiero decir una cosa a favor de los okupas estos, porque lo cortés no quita lo valiente, y es que por lo menos tienen algo de corazón, ya que me dejaron una maleta en la puerta con buena parte de mi ropa y mi cartera…  Lo que más me preocupa, de todas formas, es ¿dónde se habrá metido mi mujer?