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sábado, 18 de julio de 2015

Mi obsesión por Helena



Llámame loco en lugar de Ismael,
pero no entiendo de macroenomía,
ni quiero entender.
Por más que se empeñen,
ilustres señores
de serios trajes
de corbatas coloridas,
o de americanas de atrevidos estampados,
en explicarme lo mucho que afectan
los números de la macroeconomía a las personas de a pie,
a sus trabajos,
a sus ilusiones,
a sus bolsillos,
no me lo creo.
Nos engañan
como se engaña a un niño
diciéndole que los hombres no lloran.

Nunca un experto en predecir el pasado,
o como gustan llamarse a sí mismos,
un economista;
nunca un personaje capaz
de repetir obviedades durante
largos discursos
con el ánimo de convertirlo en letanías
ha conseguido emocionarme,
ni convencerme de que lo que dice sirve para algo.

Una miríada de buitres
planea sobre nuestras cabezas
graznando a voz en grito
que necesitan carroña para que nosotros
seamos felices.
Que necesitan que sacrifiquemos
a más y más pobre gente
para que ellos puedan seguir volando.
Así, nos dicen
que podrán proyectar su sombra
y que esa sombra
nos dará cobijo.

Pero no quiero sombras de buitre.
No quiero que los buitres estén bien.
Prefiero quemarme con el duro sol
a refugiarme en su asquerosa sombra.
porque, ¿sabes qué?,
cuando cae el sol
directo sobre la tierra,
al final
acaban naciendo
primero hierbas,
luego matorrales,
y finalmente frondosos árboles
que nos darán cobijo
sin pedir nada a cambio.

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