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viernes, 6 de noviembre de 2015

Ósculos por doquier



Cuando el príncipe besó a Blancanieves una arcada se abrió camino por las entumecidas entrañas de la muchacha traspasando la campanilla como un torrente desatado y penetrando en la perfumada y ordenada boca del príncipe que recibió el vómito, primero con asombro, después con repugnancia y finalmente sumiéndose en un profundo sueño, de resultas de la transferencia del veneno inyectado en la manzana por la malvada madrastra y después ingenuamente digerido por la cándida muchacha.  Así despertó Blancanieves.

Cuando los enanitos regresaron de la famosa mina de diamantes en lo más profundo del bosque, se encontraron, en lugar de a Blancanieves, a un muchacho vestido de finos ropajes, dormido a los pies de un blanco corcel y desprendiendo un misterioso olor agrio.  Los enanitos se enojaron.  Todos salvo uno al que llamaban Gruñón.  Este decidió acercarse al príncipe y darle un beso “de amor verdadero” en los labios.  Cuando Gruñón sintió que una arcada se abría camino por las entumecidas entrañas del muchacho se hizo hábilmente a un lado y el príncipe azul vomitó contra el mullido suelo del bosque despertando.

Ahora el príncipe cocina, friega el suelo, lava y plancha la ropa de los enanitos mientras estos están en la mina de diamantes.  Además se ha apuntado a un curso de corte y confección y está diseñando nuevos gorros, más modernos, para los enanitos mineros.

¿Blancanieves?  Pues chico, no sé; se dice que un pastor la vio correteando libre por el bosque y diciendo no sé qué cosa sobre el patriarcado de los enanitos y unos abusos de un pervertido o qué sé yo.

4 comentarios:

  1. Me he quedado preocupada por el blanco corcel. ¿Quién se ocupó de él?

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    1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    2. Años más tarde, en los alrededores de la mina de diamantes de los enanitos, topé con un viejo caballo blanco, flaco, resabiado y lleno de verrugas que repartía folletos revolucionarios a las puertas del tajo. Al relincho de: “ni príncipes ni lacayos”, iniciaba un relato sobre la liberación del yugo principesco a quien lo quisiera escuchar.

      Los enanitos, por su parte, no dudaban en contratar matones que de vez en cuando propinaban una paliza al viejo jamelgo que, lejos de asustarse, reaparecía con fuerzas renovadas que lo empujaban a continuar la lucha por la libertad.

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  2. ¡Oh, cielos! Es cierto, me olvidé de él. Indagaré sobre la cuestión.

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