Oye, que la cosa está mucho peor de lo que dicen en las noticias. Y no creas que es algo que me han contado. Que te lo digo yo, que me ha pasado a mí, que no hablo de que alguien me ha dicho que le han dicho o que le ha pasado, no. Esto me pasó a mí y es muy gordo.
Fue hace ya una semana. Como cada día fui a bajar la basura. Con lo puesto y el móvil, que yo el móvil no
lo suelto ni para ir al baño. Bueno al
baño es donde siempre lo llevo. Pero no
quiero despistarme de lo que te quiero explicar.
Bajé la basura. Fui hasta el contenedor que, como sabes, está
como a veinte metros de casa y, tonto de mí, nunca cierro la puerta de entrada,
ni la del piso. Si total, es un momento
de nada. Y además mi mujer, mi amorsote
querido estaba en casa, así que, ¿para qué narices iba a cerrar la puerta? Total, que cuando vuelvo de tirar la basura
me encuentro con el portal cerrado y yo venga a llamar al timbre y dale, que
dale y nada, de nada. Que se me habían
metido los okupas en casa, joder. Y yo
sin llave. ¿Cómo iba a pensar yo que
tenía que llevarme llave y cerrar la puerta porque en cuanto sales de casa, ¡zas!,
viene un okupa y se te mete y no hay forma de sacarlo. ¿Y mi chica?
¿Qué habrán hecho con ella?
Después de tocar
infructuosamente al timbre y de llamar al teléfono de mi señora, que daba como que
estaba apagado o fuera de cobertura, llamé a la policía. ¿Qué creéis que hizo la policía? ¡Na-da!
Eso es lo que hacen con la pobre gente como yo. No me hicieron ni caso y mira que describí la
situación con pelos y señales. Diría que
hasta oí unas risitas al otro lado del teléfono.
Visto que la policía no estaba
de mi parte me decidí a buscar a una gente que me habían dicho que “trabajaban”
al margen de la ley y que eran muy eficaces en su cometido: Desokupa, se llaman;
y estos sí me hicieron caso enseguida. No
quisieron siquiera detalles de lo sucedido.
En un decir Jesús ya estaban en el portal de casa dos señores enormes y
tope mazados. Oye, que daba gozo
verlos. Todos esos músculos y esa ropa
apretada que marcaba todo. Como para no
asustarse si vienen a por ti.
—
Tranquilo— me dijeron— vamos a sacar a esos
hijos de puta de tu casa. Apártate por
si hay un poco de baile.
Crucé al otro lado de la calle
para dejarles hacer tranquilamente su trabajo.
En un pis pas consiguieron abrir el portal y se metieron y yo confié
plenamente en la profesionalidad de esos individuos capaces de dejar todo
cuanto pudieran estar haciendo para atender mi llamada y colarse en mi casa como
si fuera la casita de paja de uno de los tres cerditos.
Pasó una hora, dos, doce y se
hizo muy de día. El calor ya empezaba a
apretar cuando pude ver que salían los dos “armarios roperos” de mi casa. Me acerqué a ellos y la primera impresión es
que ya no tenían ese aspecto de fascistas asesinos con el que llegaron. De hecho, parecían dos dulces criaturas
satisfechas de la vida.
—
¿Y bien?
—
Bueno, esto es más complicado de lo que
creíamos. Vamos a necesitar volver
varias veces para poder desalojar a la…, a los okupas esos.
—
Pero esto es una vergüenza, ¡es mi casa!
—
Claro, claro, pero el gobierno ya sabes que
solo apoya a los okupas y a la pobre gente trabajadora que nos hemos dejado la
vida para poder tener un techo, nos dejan de lado.
Y oye, que así llevo ya una
semana viviendo en un hostal junto a mi casa, recibiendo casi a diario a los
muchachos de desokupa y esos putos okupas viviendo a cuerpo de rey en mi salón,
mi cama, mi cocina… Pero no sigo sino me
dan ganas de echarme a llorar. Tan solo
quiero decir una cosa a favor de los okupas estos, porque lo cortés no quita lo
valiente, y es que por lo menos tienen algo de corazón, ya que me dejaron una
maleta en la puerta con buena parte de mi ropa y mi cartera… Lo que más me preocupa, de todas formas, es ¿dónde
se habrá metido mi mujer?
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