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martes, 17 de diciembre de 2013

De estatus social incomodado



Soy una persona de condición social incomodada.  No, no es que tenga dificultades para subsistir, salvo los habituales malabarismos para llegar a final de mes y todo lo demás.  Vamos, que puedo afirmar que pasar hambre no pasamos.  Es más me atrevería a decir que pese a los malabarismos para llegar a final de mes, hasta ahora, me he podido permitir el lujo de ahogar la frustración, cuando aparece, a base de compras absurdas en bazares chinos o, cuando me pongo en plan intelestual revolviendo alguna librería de viejo y comprando libros a precio de saldo.

Lo de la condición social incomodada es una postura que adopté desde que tengo uso de razón política.  Desde que soy consciente del mundo en el que vivo y de las injusticias que en él se cometen me he sentido incomodado.

Esta condición me persigue en el día a día.  Y mira que trato de llevar una vida lo más normal posible, pero no sé porque narices a quien ostenta el poder la da por ponérmelo cada vez más complicado.  Así, entre nosotros, ahora que ya nos tenemos confianza, me importa varios rábanos quién narices esté en el gobierno.  Desde su condición de poderoso siempre acaba incomodándome de una manera u otra.  Sea congelándome el sueldo, sea rebajándomelo, sea obligándome a cotizar más tiempo para acceder a una pensión, sea obligándome a pagar determinados medicamentos, sea abaratando el despido, sea recortando las prestaciones por desempleo, sea privatizando el abastecimiento de agua, la atención sanitaria, sea obligándome a cumplir absurdas leyes o sea incluso insultando mi condición de abstencionista.  Además si sobrepasamos lo cotidiano y vamos a lo global ya la cosa no es que me incomode sino que me encocora y me solivianta.

Hasta aquí nada nuevo.  Llevo ya una ingente cantidad de años dando de comer caviar al rico y de beber Vega Sicilia al millonario.  No, no es que lo tenga asumido, pero en cierta manera se me ha endurecido la piel y parece que cuesta más que me salga de mis casillas.  Entiendo que hay que trabajar y trabajar para que esto cambie y en eso estamos.  Ahora bien, para lo que realmente no estoy preparado es para el insulto.

Hace un par de días recibí una carta de la Dirección General de Tráfico en la que me llamaban abiertamente pobre.  Paso a redactar lo que yo leí:

Querido señor Patricio el pobre,

Nos dirigimos a usted para indicarle que no es más que un piltrafilla que anda conduciendo una chatarra con ruedas.  Pese a que conocemos que usted no es más que una rata inmunda que gasta menos que Tarzán en camisetas, tiene que saber que con su actitud desafiante está poniendo en riesgo la vida de sus seres queridos y la de otras personas a las que no conoce, pero que si las conociera estamos seguros de que también las amaría.

Por otro lado queremos indicarle que gracias a su espíritu roñica está abocando a nuestra portentosa industria automovilística (bueno no es nuestra, pero le inyectamos tanta pasta pública al sector que casi lo parece) a la hecatombe (entiéndase hecatombe no como el sacrificio de 100 bueyes, sino como la catástrofe superlativa)

Así pues no nos queda otra que comunicarle que su “coche” (sería más correcto amasijo de hierros con ruedas) tiene más de diez años y que vaya pensando en cambiarlo y así podrá disfrutar de las ventajas de conducir un coche nuevo.  Un coche nuevo representa que usted pueda alardear de un estatus social acomodado.  También representa que por fin podrá causar envidia en su cuñada que se morderá los puños nada más verle salir a pasear con su flamante carro haciendo ostentación.  Tampoco es desdeñable que su cuñado se derrita por rozar siquiera la carrocería de tan bello ingenio como el que usted debería estrenar en breves.

Así pues, piense señor cicatero y paupérrimo que su condición puede estar pronta a cambiar, lo único que debe hacer es gastarse un dineral.  Y si no puede…  pues vaya usted al banco, ¡leches!, que para eso los rescatamos.

Atentamente:


Bueno exactamente la transcripción de la carta os la pongo aquí abajo, pero yo me sentí como si hubiera leído el texto redactado.


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