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miércoles, 6 de mayo de 2015

La fiesta de la democracia



A medida que nos vamos aproximando a la fecha de “la fiesta de la democracia” los discursos se van tornando más y más agresivos.  Cabría pensar que es lo normal y, como sucede en las carreras deportivas, a falta de pocos metros para alcanzar la meta lo razonable es apretar los dientes y en un esfuerzo supremo lanzarse a por el sprint final.  Entiendo que correr sin desfallecer debe ser una tarea noble y puesto que nobleza obliga, no parece muy propio lanzarse a insultar a los electores sin, tan siquiera, conocer el resultado de las elecciones ni plantearse varias cuestiones que creo vitales para quien desee escuchar a este abstencionista descreído.

Y es que son múltiples los factores que influyen a la hora de conocer a quien se le otorga el privilegio de gobernar, pero más que los factores resulta harto más concluyente reflexionar sobre el hecho de que quien finalmente gobierna es aquel a quien menos desean sus electores.  Quiero decir que aunque un partido político fuera capaz de aglutinar un número de votantes sin precedentes históricos, este número nunca será superior al número de personas que no los han votado.  Entre abstencionistas, votos nulos, votos en blanco, votos a otras candidaturas y personas sin derecho a voto suman más que los electores que se hubieran decantado por el gobernante elegido.  Así pues, ¿aún crees que tenemos el gobierno que nos merecemos?  Yo no, pero en ningún caso, ni cuando ganan los unos, ni cuando ganan los otros ni cuando ganen los que puedan venir.

Así pues, rogaría a quienes andan pidiendo votos que por favor no insulten a los votantes, no les digan que sólo saben elegir a corruptos, no lancen exabruptos del tipo: “esto han votado, ¡pues que se jodan!”.  Lamentablemente este tipo de afirmaciones me parece que dice más bien poco de quien las profiere.  Permitidme que quiera huir del discurso fácil pese a que cuanto más fácil no sería poder sacarse las culpas de encima y arrojar inmundicia sobre los demás, sobre todo cuando se trata de los demás entendidos como una caterva de analfabetos políticos que no merecen ningún tipo de respeto.  Seamos serios y sobre todo seamos respetuosos con el resto de seres humanos, al fin y al cabo si perdemos el humanismo corremos el riesgo de convertirnos en monstruos.

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