Fue una concatenación de hechos, pese a que algunos se
empeñan en fijar una fecha concreta para lo que hemos dado en llamar La Gran
Revolución. Así pues, cada cinco de Planck
se celebra el inicio de la nueva era como si del advenimiento del Mesías se
tratara. De hecho, el advenimiento del
Mesías ya no sólo no se espera, sino que dejamos de celebrar las navidades
desde que Fernando Góngora hiciera la disertación en un sesudo artículo
científico sobre el calendario juliano, el calendario gregoriano y los aspectos
más relevantes del tiempo en la mecánica cuántica, descubiertos tras sus
profundos estudios sobre Planck y la radiación del cuerpo negro. A partir de la aparición de ese artículo y de
una serie de conferencias, se ha tornado peligroso desde preguntar la hora, hasta saber si al día siguiente hay que ir a trabajar o no; si el reloj de
fichar será definitivamente de amoniaco o será sustituido por uno de cuarzo o,
si por el contrario, será un reloj atómico o un reloj de tamices cuánticos, que
tenga en cuenta la constante de Planck como el mínimo valor posible, para
iniciar la hora de fichaje y fijar su fin, teniendo en cuenta que entre constante
y constante no es posible que suceda absolutamente nada. Un sin Dios.
Llevábamos unos cuantos años, si utilizamos el
sistema de medición del tiempo de la era anterior a La Gran Revolución, desde
que se iniciara la crisis económica más terrible que asoló al planeta. Al parecer, el capitalismo, como sistema,
había desbordado por todas partes. La
especulación era ama y señora de todo. Campaba
a sus anchas haciendo acopio mundial de capitales, mientras limitaba el
movimiento de las personas. Las acciones
de bolsa, los movimientos bancarios, la especulación inmobiliaria, la
especulación sobre los alimentos, la crisis energética y los insaciables “mercados”
arrasaron con todo. Entretanto millones
de personas perdían sus empleos en los países llamados desarrollados, mientras
en los llamados del tercer mundo, perecían por millones de inanición y fruto de
conflictos provocados por el propio capital, ansioso por recoger beneficios a
costa de la venta de armamento, la reconstrucción de las zonas devastadas y el
reparto de lo que llamaban eufemísticamente “ayuda humanitaria.” Todo estaba degenerando en favor de una
porción de autoelegidos que se estaban repartiendo el planeta.
Pese a toda la desolación que se vivía, parece ser que las personas decidieron no quedarse en casa y se organizaron por barrios, por
colectivos de trabajadores o de afectados por tal o cual ataque del capital y
poco a poco fueron convirtiéndose en ese insecto molesto que no te deja
concentrar en las cosas realmente importantes.
Pero lo que más le dolió a todo este sistema podrido, fue cuando los
intelectuales y científicos empezaron a negarse a asistir a galas de entregas
de premios. El dinero en forma de
cheques de reconocimiento por parte de los gobiernos, era sistemáticamente
rechazado. Los grupos financieros se quedaron
sin sus investigadores más emblemáticos y el premio nobel perdió tanto
prestigio que, en todas sus categorías, se acababa entregando a auténticos
patanes
Para acabar de empeorar las cosas, una serie de pandemias
recorrieron el mundo, pero la que más incidencia tuvo fue la denominada pandemia
del coronavirus. Esta enfermedad fue
transversal, no entendió de fronteras políticas ni sociales. Daba lo mismo donde vivieras y el dinero que
tuvieras, en cualquier momento podáis padecerla. Los gobiernos de todo el mundo reaccionaron
de forma descoordinada, pero con una finalidad concreta muy bien definida: que la
economía se resintiera lo menos posible.
Que el daño al capital fuera el menor de los posibles. Lógicamente, como sucede en estos casos, la
recogida de beneficios fue brutal, pero a consecuencia de los largos días de
confinamiento obligado y de la limitación de circulación de las personas por
las calles, el poder tuvo miedo, tuvo mucho miedo, de hecho, el pánico se extendió
entre la clase dominante.
Se aprobaron leyes que prohibían manifestaciones que no
estuviesen explícitamente autorizadas por el gobierno de turno. Se limitó la libertad de expresión hasta
puntos insospechados. Pronto la
maquinaria empezó a estar engrasada y las gentes, a consecuencia del
confinamiento y de los cambios producidos, empezamos a olvidar lo que hasta
entonces había resultado cotidiano.
Hubo una gran cumbre de jefes de estado y de gobierno que
en realidad ocultaba la cumbre importante, la de los grupos financieros, entre
los que se encontraba, como parte más visible, el Club Bilderberg, pero no era
el único. Allí fue donde seguramente se
decidió todo, donde empezó a sonar la orquesta al compás de sus directores. Donde el mundo se vio abocado al inicio de lo
que denominaríamos, inspirados en el término que acuñara en su día Friedrich
Engels: La Democracia Científica.
Ante la incapacidad de la política de controlar a una
sociedad civil cada vez más belicosa, los autoelegidos decidieron apartar a los
viejos políticos del poder. Eso sí,
antes de irse representarían lo que sería un cambio de sistema, dando por
muerta la democracia burguesa y el sistema capitalista para dar paso a la nueva
era tecnológica de la pseudociencia, denominada en estos Nuevos Tiempos:
ciencia, sin más.
No tardaron los políticos de cada país en aparecer
cariacontecidos, pero con la firme determinación de cambiar las cosas en pos de
un futuro mejor para todos. Surgieron
discursos grandilocuentes dando vivas a la nueva era, la era en que por fin los
políticos abandonarían el poder, sacrificados cual hecatombe griega, en favor
de personas cualificadas para guiar la nave hacia el nuevo estado del bienestar
científico. Así, con minúsculas, porque
ese estado no se refiere al Estado, sino a la situación de bienestar que
vivirán cada uno de los individuos, el bienestar individual, ese estado en el
que a partir de ahora, desaparecería el individuo como ente material, con la
única aspiración de alcanzar el Prana. la Mega Conciencia Universal en la que
el individuo deviene en una Totalidad de Conocimiento Puro.
Se sustituyó el significado de las siglas de los partidos
políticos por otros bien distintos. Pese
a todo, se decidió mantener las siglas como un recuerdo de lo que fue el pasado
y que nunca más debería repetirse. Así,
por ejemplo, el PP ya no significaba partido popular, sino Partículas Portadoras. PSOE ya no significaba partido socialista
obrero español, sino Partículas Superlumínicas Ordenadas Estáticas. IU, en lugar de Izquierda Unida, quería decir
Inestable Universo. El PDECat, surgido de
la antigua CIU, ya no era el Partido Demócrata Europeo Catalán, sino Partículas
Diatómicas Eutróficas Catalizadoras (debido a la eutrofización sufrida, decidieron
fusionar todos los partidos surgidos, tipo JxC y otros, en uno sólo, de ahí lo
de “Partículas Diatómicas”. El PNV dejó
para siempre de ser el partido nacionalista vasco, para ser partículas de
neutrinos virales. Incluso la izquierda
abertzale pasó a autodenominarse Inestables Atómicos, consciente de que
introducir el concepto atómico podía suponer, de nuevo, la ilegalización de la
formación. Podemos no cambió su nombre,
era lo suficientemente ambiguo como para tener cabida sin más modificaciones
que la de sus anteriormente denominados “Círculos”, que pasaron a llamarse:
Círculos de Sinner. Ciudadanos sí se vio
obligado a cambiar, ya que el nombre resultaba excesivamente comprometido y
tuvieron que denominarse Físicos Excelentes Organizados (FFEEOO). Por supuesto no podía faltar a este reparto
de nombres UPyD, que dejó de ser unión progreso y democracia, para desaparecer
definitivamente del panorama científico, tal y como ya lo había hecho tiempo
atrás, del panorama político, pero siempre les gustaba salir a explicarlo, como si a alguien le
importara. VOX buscó convertir su nombre en un acrónimo, aunque antes no lo fuera. No quería ser menos que los demás y decidió que VOX querría decir Vimos Oganeson en el Xinema; no tenía mucho sentido, pero es que fueron los últimos
en aceptar el cambio y antes tampoco es que tuvieran demasiado, sentido quiero decir.
A partir de aquí, ya sólo hacía falta dar con los
“científicos” adecuados, que fueran capaces de dirigir este bajel hacia la
tierra prometida.
Anna Romanova fue la abanderada de las partículas
portadoras (PP). Se trataba de una
inminente científica que nadie conocía y que recuperó los estudios de Fibonacci
sobre los principios Euclidianos, pero les dio un giro inesperado, ya que, en
contra de las pretensiones de Fibonacci, Romanova demostró, sin ningún tipo de
duda, que 2+2 = 5. En un primer momento
todo el mundo la tomó por lo que era, una impostora, pero cada vez que algún
matemático ponía en cuestión la demostración de Romanova, desparecía sin dejar
rastro. En cuanto a alguien se le
ocurría hacer un comentario jocoso sobre el hallazgo en cualquier ámbito (bar,
familia, amigos), desaparecía en menos de veinticuatro horas. Pronto el terror se apoderó de todo el mundo.
Los autoelegidos temieron que se volviera a la
situación de desórdenes inicial, así que se apresuraron en lanzar al nuevo
líder de las filas de las Partidas Superlumínicas Ordenadas Estáticas (PSOE):
Frank Hoskins, otro gran desconocido. Recuperó
los estudios de Gauss que demostraban que 2+2 más bien tendía a 3 en lugar de a
5. Así pues, Frank Hoskins, en poco tiempo, estuvo en disposición de afirmar sin temor a equivocarse que 2+2 = 3. Era el nacimiento de las posturas antagónicas
y pronto la mayor parte de la población se decantó por una u otra postura
alegando que se trataba de un mal menor.
La campaña electoral se dio por iniciada. Todo ello, a pesar de que, el Inestable Universo
(IU) pedía a fuertes voces una verificación de la caja de Schrödinger, ya que
tenían serias dudas de si el gato continuaba con vida, petición a la que se
sumó Podemos que no hacía más que vocear en contra de la casta de científicos
que se entretenían en sumas absurdas, olvidando los problemas reales de la
gente, esto es: ¿realmente Schrödinger se acordó de meter el gato en la caja?
Por su parte Vimos Orgason en el Xinema (VOX) reclamaba que
se matara al gato, se quemara la caja y nos dejaran en paz a la gente de a pie.
Los FFEEOO se movían entre la indefinición del resultado
tres y cinco, pero con una clara tendencia al seis, eso sí, barajando la posibilidad,
si eso, de dividirlo entre dos.
Una vez más nuestro país se convertía en la vanguardia de
los experimentos políticos y sociales.
El nuevo sistema cabalgaba desbocado extendiéndose por todo el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario