Translate

sábado, 21 de marzo de 2020

Luernes


Soy muy buena persona.  Lo sé porque todo el mundo me lo dice.  Y no sólo lo dicen cuando estoy en su presencia.  Sé de buena tinta que por detrás van diciendo:

     ¡Ah!, sí, conozco a Patri, es un gran tipo.

De modo que si tantas personas afirman una cosa es porque sin ninguna duda, están en lo cierto.

Ya sé que hay personas que me odian, pero eso le pasa a todo el mundo.  Es imposible que absolutamente toda la humanidad que te conoce piense de ti que eres una buena persona.

Cuando digo que soy una buena persona, lo digo pese a conocerme a mi mismo y saber que en determinados momentos, me vienen pensamientos un tanto extraños.  Pensamientos como cuando estoy hablando con una persona y de repente caigo en la cuenta de que tiene un largo cuello que se mueve con la proyección de sus palabras, y me quedo pensando en que, si en ese momento le rebanara la garganta brotarían chorros de sangre que lo pondrían todo perdido, incluida mi camisa blanca acabada de planchar.  También que sus palabras acabarían convertidas en gemidos y hálitos anunciando los estertores de la muerte.  Luego trato de retomar el hilo de la conversación como buenamente puedo, pues, a veces, estos pensamientos se prolongan de tal manera que soy incapaz de regresar a la normalidad.  Pero vamos, este tipo de pensamientos ¿quién no los tiene?  ¿Eh?

Ayer escuché a un militar explicar en la televisión que juntos ganaremos esta guerra y que pese a ser viernes, ahora, todos los días son lunes y todos los españoles son soldados en esta guerra.  Bueno, no sé dijo exactamente estas palabras, pero lo de soldados me quedó clarísimo.  Así que me puse manos a la obra:

He empezado por ponerme de tono de alarma el toque de diana, a una hora absolutamente intempestiva.  Me he levantado aseado, rapado y vestido en cinco minutos.  He posado firmes en el balcón como si fuera a pasar revista.  He echado unos trotes a lo largo del pasillo y he subido y bajado las escaleras de tres en tres.  Después he desayunado a toda prisa y he vuelto a bajar y subir escaleras hasta caer reventado.  En el pasillo he desfilado con giros a izquierda y derecha, cargando y descargando el mocho a modo de cetme.  Después he comido un rancho infecto y en el rato de descanso me he conectado a internet y he comparado en Amazon rifles de precisión.  No creáis que he hecho una compra a lo loco, que va.  Me he leído todos los comentarios y opiniones, incluso he enviado una consulta al vendedor que me ha contestado bastante rápido.  Al final me he decidido por un rifle Sumrak, concretamente el SVLK-14S, y lo he hecho sobre todo porque me han asegurado que tiene un dispositivo similar al de las cámaras de fotos que corrigen el posible temblor y permiten abatir a la pieza si la tienes debidamente enfocada en la mira telescópica.  Lógicamente me han pedido el permiso de armas en el momento de ir al carrito de la compra.  Como no estoy en posesión de la licencia, he tenido que buscar el corte de voz del susodicho militar y enviarlo.  Con eso han tenido bastante para enviármelo en veinticuatro horas.  Me he hecho una cuenta premium.

El rifle ha llegado esta mañana.  Justo después de que jurara bandera con el hule de la mesa de la cocina colgado de la lampara del comedor.  Lo he hecho justo cuando aplaudían en los balcones de la calle para jalear al ejercito por la labor desarrollada frente a la pandemia del coronavirus, así aprovechaba esos aplausos lanzados al aire que no iba a recoger nadie y los he guardado por si en algún momento necesito infundirme valor, ante el trabajo que me dispongo a realizar.

El cartero tenía muy malas pulgas.  Yo no tengo la culpa de que tenga que servir bienes de primera necesidad, aunque los envíe Amazon.  Desde luego, hay que ver como se ha puesto por tener que entregar un paquete de nada.

Bueno yo, a lo mío.  He abierto el paquete con los guantes desechables y la mascarilla puestos.  He frotado todas las partes del fusil con gel hidroalcohólico.  Sí, las balas también, a ver si pensáis que soy tonto.  Y he seguido con el programa de instrucción y formación militar.  Cuando he acabado de comer el rancho infecto he salido al balcón, he montado el fusil, he ajustado la mira, lo he cargado y me he apostado tras los geranios a esperar oteando el horizonte.

No ha pasado ni media hora y ya ha aparecido el primer traidor que tenía toda la pinta de haberse saltado el confinamiento.  Andaba despreocupado.  Creo que hasta silbando.  Con las manos en los bolsillos y sin ningún tipo de mascarilla.  ¡Maldito sea ese antipatriota!

Lentamente he deslizado el cañón a través de las plantas asentando las patillas sobre la barandilla del balcón.  He pegado mi ojo a la mira y he fijado el blanco en el centro de la cruz.  La óptica ha dado un pequeño salto y ha dado nitidez a la cara del tipo que tenía encañonado.  He oído un pequeño click y he notado como el rifle se quedaba fijo.  Al mismo tiempo he notado un click en mi cabeza y he recordado al tipo ese jugando con sus hijas en el parque.  Lo he recordado paseando del brazo de su pareja y me han venido imágenes de sus padres, ya mayores, paseando junto a él.  Entonces he levantado lentamente el fusil y con un hábil giro de cintura me he encontrado apuntando a la tele y ahora sí, ahora he tirado suavemente del gatillo y la bala ha salido suavemente, sin apenas ruido, por el cañón y ha hecho saltar en mil pedazos el televisor.  Después he dejado el fusil en el suelo y he llorado.  He llorado amargamente mientras me arrancaba las insignias torpemente cosidas a mi ropa y mientras me arrancaba los botones de la camisa y del pantalón.  Me he acurrucado en el sofá, me he tapado con la manta y, poco a poco, he conseguido calmarme y me he dado cuenta de que no soy un soldado, de que lo que soy es una buena persona.

2 comentarios: