Me
dispongo a realizar un análisis desordenado con hilvanación caótica, debido a
dos cuestiones fundamentales: por un lado, mi falta de estudios superiores que
me incapacitan para manejar los mecanismos de construcción de reflexiones
profundas, y por otro mi pereza infinita para organizar cuatro notas previas
sobre aquello de lo que quiero escribir.
Así que si estás en disposición de sufrir, continúa leyendo, sino… ha
sido un placer contar con tu breve estancia en esta mi humilde opinión. Hasta pronto.
La
cuestión que quiero tratar es el decimo aniversario del 15M, desde mi
perspectiva particular, que no tiene porque coincidir con la de los medios más estridentes. Ni tan siquiera tiene que coincidir con la visión
que tú tienes sobre esos hechos, pero creo que merece la pena volver la
vista atrás, sin ningún amago de nostalgia,
para ver que sucedió y tratar de entender qué narices está sucediendo y cómo ha
sido la evolución de los acontecimientos y si ese molesto movimiento tiene
algún tipo de responsabilidad en todo ello.
Como
todo movimiento que se precie, el 15M no surge como una seta tras una lluvia de
otoño. En realidad, es un movimiento que
se venía gestando desde mucho tiempo atrás auspiciado por las asambleas de
parados (con muy poca resonancia mediática.
¿A quién importaban los parados en medio del sueño inmobiliario?), el
accidente del Prestige y la prepotencia con que se trató desde el gobierno y
los medios de comunicación más agradecidos.
Las manifestaciones contra la guerra de Irak, el incipiente movimiento
contra los desahucios y por el acceso a la vivienda, y un sinfín de “líos de
gente” que de manera progresiva iban tomando conciencia del poder que tenían al
alcance de la mano.
Así el
estallido no arrancó tras una manifestación, sino que fue una consecuencia lógica
de un largo recorrido y del estallido de la burbuja inmobiliaria que acompañaba
a la última crisis capitalista mundial.
Aquello de gente sin casa, casas sin gente, parados por doquier y el cierre
definitivo de lo que llevaba cierto tiempo moribundo: El Estado del Bienestar.
Fue
una revuelta eminentemente urbana que se visualizó con las acampadas en las
plazas emblemáticas de las ciudades.
Unas acampadas que se hicieron sin el pensamiento previo y paralizante
ese, que pregunta de dónde vamos a sacar el dinero para tal o cual cosa. Simplemente había algo que hacer y se
hizo. Las pancartas eran cartones pintados. Los dormitorios tiendas de campaña o simples
chamizos construidos con improvisación e imaginación, como se hacen las cosas
buenas. Lemas antiguos y lemas nuevos
que removieron conciencias, que reportaron apoyos de toda clase. Bueno de toda clase no, solamente de la clase
obrera, la que realmente estaba allí debatiendo sobre sus problemas reales, su cotidianidad
más cercana. Huyendo de discursos elctoralistas
o de cariz parlamentario (entendido parlamentario no como el que emana del habla
sino como el que emana del parlamento donde habitan los políticos profesionales). Porque cabe recordar que, durante los
primeros días de la revuelta, los medios de comunicación del poder se esforzaron
por denostar ese movimiento tachándolo de violento, de “desrrapados” y descalificando
su capacidad para la organización, destacando incluso la suciedad que los
acompañaba y el malestar que causaban a los “vecinos”.
Las
reacciones por parte del poder tampoco se hicieron esperar. Así pues, con la vil excusa de un partido de
fútbol, el Conseller d’Interior Felip Puig ordenó la carga policial sobre las
personas indefensas y pacíficas de plaça Catalunya, con la finalidad de “evitar
males mayores”, pero la jugada no le salió bien. Por primera vez se había producido una
ruptura con la Cultura de la Transición y el lenguaje había virado hacia una
concepción más saludable de lo que es la libertad, la democracia y, sobre todo,
la violencia. Creo, sinceramente, que este
fue uno de los mayores logros del movimiento, el cambio de paradigma y la comprensión
generalizada del uso torticero del lenguaje que llevaba demasiado tiempo
marcando unas reglas del juego perversas.
No
todo lo que hicieron me parece fantástico.
De hecho, la principal crítica que planteo sobre el movimiento es precisamente
su carácter urbano que llevó a concentrar su fuerza, lo que a mi modo de
entender las luchas es un error. Considero
que resulta mucho más fácil controlar a una gran masa de manifestantes en un único
sitio, que a pequeños grupos de manifestantes en muchos lugares. Creo que el propio movimiento así lo entendió
hacia el final de su estancia en las plazas, por eso decidió extenderse con trabajo
en los barrios y en los entornos rurales.
Es posible que pecaran de un exceso de optimismo, llevados por el gran
éxito conseguido en tan poco tiempo y que no contaran con la capacidad de
reacción del poder frente a los movimientos de disidencia. Una vez agotada la vía de la violencia institucional
por impopular se atacó la vía del silencio.
De dar únicamente voz al electoralismo que debía manar de toda
pretensión de cambio. Así estuvieron reclamando
partidos de uno y otro pelaje que “si no estaban contentos con el statu quo (obviamente
ningún político utilizó esta expresión), pues que crearan un partido, ganaran
unas elecciones y cambiaran las cosas, y eso es lo que se fomentó con el impulso
que se dio a Pablo Iglesias y su posterior formación política. ¡Ojo!, no quiero que esta reflexión sirva
para alimentar la “pablofobia”, no estoy señalando al político ni a su
formación como culpables de la invisibilización del movimiento, simplemente
detallo que acabaron convertidos, probablemente pese a ellos mismos, en los
actores necesarios del cambio de escena que deseaba el poder, es decir, poder
hablar cara a cara con quien se dice representante de un movimiento que,
precisamente, se desgañitaba en decir que no tenían representación de ningún
tipo. No sé si recordarás las entrevistas
en algún medio radiofónico en que la persona entrevistada como representante de
tal o cual plaza, o del movimiento 15M, se negaba sistemáticamente a facilitar
su nombre, con la finalidad de no desvirtuar esa representación.
Así
pues, reducida la clase obrera a un mero actor del arco parlamentario, poco o
nada importaba el trabajo que desarrollaba el activismo desplegado en barrios,
pueblos y aldeas. Directamente pasaron
al olvido y a la frustración de caer de los cielos de la gloria, al infierno de
la militancia.
Es
cierto que por un breve espacio de tiempo se consiguió un sueño de ruptura con
el Régimen del 78, pero ese sueño se vio truncado por la potencia de los medios
de comunicación (principalmente la televisión) al servicio del poder. También se vio truncado por lo que debía ser
su fortaleza y es la falta de bagaje previo de muchas de las personas
implicadas en el proceso. Lo que le dio
frescura y credibilidad, acabó siendo una parte de lo que frustró su
recorrido. Porque la lucha es dura,
desagradecida y aburrida y puede desanimar a cualquiera.
Pero
no todo lo que surgió en las plazas murió en las plazas. El pasado nunca acaba siendo simplemente
pasado, siempre forma parte, de una u otra manera del presente y del
futuro. Por eso creo sinceramente que la
gran lección que aprendimos con la práctica del 15M fue que si los debates y
las reflexiones, somos capaces de disociarlos de conceptos partidistas y electoralistas,
seremos capaces de entendernos en aquello que nos afecta en nuestra cotidianeidad
y no en lo que los medios se empeñan en vendernos como cotidianeidad, y podremos
volver a soñar que otro mundo es posible.
Un mundo en el que quepan muchos mundos.
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