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viernes, 11 de febrero de 2022

Bésame mucho

Seguro que ya conoces la historia; te la han contado mil veces antes de irte a dormir, la has leído en tropecientos libros de cuentos populares, la has visto en infinidad de versiones, tanto animadas como “reales”, incluso la has visto en versión pornográfica.  Ya sabes, aquello de una madrastra relativamente guapa, pero ya vieja pelleja, que le pregunta a un espejo.  Una hijastra repollo y guapa que te cagas.  Un espejo cabrón y rebotudo.  Un paje medio nena incapaz de matar a una chica guapa.  Una pandilla de mineros enanos.  Una madrastra despechada que envenena con una suerte de maldición a su hijastra y un príncipe besucón que rescata a toda princesa durmiente.

 

Vale, esta es la historia que, con sus momentos más o menos coherentes, te han explicado siempre.  Pero hay un problema, un grave problema, y es que las historias se construyen no con grandes relatos, sino con pequeños detalles que son los que aportan esos visos de verosimilitud a los cuentos y en este caso esos hermanos Grimm se olvidaron de mí.  Que ¿quién soy yo?  Pues ese pequeño detalle insignificante que a nadie ha importado nunca jamás.

 

Cuando la madrasta mala malísima decidió emponzoñar una manzana con un extraño brebaje que no mataba sino que dormía hasta que un príncipe te despertara con un beso (por dios que estupidez, pero no quiero entretenerme en esto, que a mí ya me importa un rábano) no se fijó en que en la manzana, precisamente, me encontraba yo, un simple gusanito de la manzana o como me gusta llamarme, mayormente para darme algo de pompa y boato: carpocapsa, que es algo así como mi nombre de los domingos.  Así pues heme aquí completamente dormido a la espera de que algún príncipe chiflado decida besar un gusano y despertarme.  Que, ojo, esto tendría mérito; no es lo mismo besar un sapo y que se convierta en príncipe que besar un gusano y que este se empiece a mover.  Vaya que me veo dormido de por vida.  Porque tú, si fueras príncipe ¿me besarías?


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