Seguro
que ya conoces la historia; te la han contado mil veces antes de irte a dormir,
la has leído en tropecientos libros de cuentos populares, la has visto en
infinidad de versiones, tanto animadas como “reales”, incluso la has visto en
versión pornográfica. Ya sabes, aquello
de una madrastra relativamente guapa, pero ya vieja pelleja, que le pregunta a
un espejo. Una hijastra repollo y guapa
que te cagas. Un espejo cabrón y
rebotudo. Un paje medio nena incapaz de
matar a una chica guapa. Una pandilla de
mineros enanos. Una madrastra despechada
que envenena con una suerte de maldición a su hijastra y un príncipe besucón
que rescata a toda princesa durmiente.
Vale,
esta es la historia que, con sus momentos más o menos coherentes, te han
explicado siempre. Pero hay un problema,
un grave problema, y es que las historias se construyen no con grandes relatos,
sino con pequeños detalles que son los que aportan esos visos de verosimilitud
a los cuentos y en este caso esos hermanos Grimm se olvidaron de mí. Que ¿quién soy yo? Pues ese pequeño detalle insignificante que a
nadie ha importado nunca jamás.
Cuando
la madrasta mala malísima decidió emponzoñar una manzana con un extraño brebaje
que no mataba sino que dormía hasta que un príncipe te despertara con un beso
(por dios que estupidez, pero no quiero entretenerme en esto, que a mí ya me
importa un rábano) no se fijó en que en la manzana, precisamente, me encontraba
yo, un simple gusanito de la manzana o como me gusta llamarme, mayormente para
darme algo de pompa y boato: carpocapsa, que es algo así como mi nombre de los
domingos. Así pues heme aquí
completamente dormido a la espera de que algún príncipe chiflado decida besar
un gusano y despertarme. Que, ojo, esto
tendría mérito; no es lo mismo besar un sapo y que se convierta en príncipe que
besar un gusano y que este se empiece a mover.
Vaya que me veo dormido de por vida.
Porque tú, si fueras príncipe ¿me besarías?
No hay comentarios:
Publicar un comentario