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jueves, 18 de septiembre de 2014

Explicando lo inexplicable



A continuación voy a acometer la tarea de explicar lo que quise decir con el cuento “Textil Manufacture Lablex (Un cuento chino)  Hago esto, no porque sienta un placer inusitado en hacerlo, sino porque queda claro que no he elaborado el cuento con la suficiente habilidad, ya que el mensaje ha quedado algo difuminado.

El sistema educativo siempre se ha basado en mantener una línea que engloba a la mayoría de los alumnos.  Así, no es raro que la mayoría de los alumnos pasen sin ningún problema por todas las fases de la educación y superando los diferentes obstáculos que se les puedan presentar.  Ahora bien, como la sociedad, por más que se empeñen algunos, no se basa en mayorías sino en individuos, aparecen los primeros problemas con el alumnado que es incapaz de adaptarse al sistema educativo.  ¿Cómo respondemos a eso?  Pues a lo largo de la breve historia que personalmente conozco se ha reaccionado de diferentes maneras:

Cuando yo era pequeño, en los colegios nacionales, el sistema reaccionaba dándonos hostias como panes.  Bofetadas, golpes de vara, insultos, castigos y otras lindezas por el estilo con la vana pretensión de enmendar a esa pandilla de gamberros.  Poco a poco fue cambiando la tendencia de las hostias y nos trataron de combatir con otros sistemas más sutiles.

     ¡Señoras y señores con todos ustedes “el fracaso escolar”!

Como lo del fracaso era una palabreja más bien fea, la posmodernidad de la época, nos cambió el adjetivo por otro más molón: “niños movidos,” con lo que aquello parecía el barrio de Malasaña (por lo de la Movida y eso).  Más adelante pensamos que éramos tan civilizados que teníamos la respuesta a los problemas del alumno:

     Evidentemente se trata de una patología que hay que diagnosticar.

¡Tatatatachán!, aparecen los primeros TDA.  Como esto se queda corto acuñamos nuevos términos como síndrome de Aspergen, inadaptación social, etc.  Como el ser humano siempre trata de superarse buscamos respuesta en la ciencia y la ciencia responde con terapias psicológicas en unos casos y con combinados de medicamentos en otros, convirtiendo a nuestros hijos en niños que ya no se mueven ni molestan en clase.

Bueno, como resumiendo, que yo de pedagogía no entiendo un pijo, ni de psiquiatría ni de psicología y me atrevo a afirmar sin temor a equivocarme que tan solo sé un poco de nada.  Lo que sí sé es que me molesta sobremanera que nuestra incapacidad para despertar el ansia de aprendizaje se traduzca en un sesudo estudio de patologías del aula, cuando el problema, probablemente, se solucionaría de otra manera, mucho más trabajosa y poco gratificante para el que la aplica, pero más satisfactoria para el alumnado y para la sociedad de la que formamos parte más adelante todos.  La manera sería tan lógica y complicada como adaptar el sistema educativo y la pedagogía al alumno y no los alumnos al sistema.  Tan complicado como laborioso, pero las soluciones nunca son sencillas aunque sí mucho más gratificantes.  Con ello conseguiríamos que una cantidad considerable de personas no abandonara tan fácilmente los estudios (me incluyo en esta “cantidad considerable”) y lo más importante, dejaríamos de atiborrar a nuestros hijos de medicamentos prescritos con la mejor de las intenciones aunque con resultados nefastos.

Como muestra de la poca credibilidad de estos diagnósticos está el hecho de que lo que en un tiempo fuera un niño diagnosticado de TDA o cualquier otro trastorno, cuando abandona el mundo académico y se incorpora a la vida laboral y familiar deja de estar enfermo y pasa a ser una persona adulta normal que se ganan la vida y desarrolla un crecimiento personal y unas habilidades de lo más normal.

Bueno un caso aparte es el carnicero encargado de presentarnos los “extratiernos”, aquellos que se lleva él para casa.  Se ve que en el curso de capacitación de carniceros el andoba estaba despistado y no se dio cuenta de que para filetear un lomo, por más tierno que este sea, conviene sujetarlo con la mano no hábil mientras se corta con la hábil.  Además, todo el mundo sabe, que se corta mejor la carne con un cuchillo de carnicero que con un cuchillo de pescadero.  Siempre tiene que haber un graciosillo que me desmonte las teorías.  ¡Leches!

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