A continuación voy a acometer la tarea de explicar
lo que quise decir con el cuento “Textil Manufacture Lablex (Un cuento chino) Hago esto, no porque sienta un placer
inusitado en hacerlo, sino porque queda claro que no he elaborado el cuento con
la suficiente habilidad, ya que el mensaje ha quedado algo difuminado.
El sistema educativo siempre se ha basado en
mantener una línea que engloba a la mayoría de los alumnos. Así, no es raro que la mayoría de los alumnos
pasen sin ningún problema por todas las fases de la educación y superando los
diferentes obstáculos que se les puedan presentar. Ahora bien, como la sociedad, por más que se
empeñen algunos, no se basa en mayorías sino en individuos, aparecen los
primeros problemas con el alumnado que es incapaz de adaptarse al sistema
educativo. ¿Cómo respondemos a eso? Pues a lo largo de la breve historia que
personalmente conozco se ha reaccionado de diferentes maneras:
Cuando yo era pequeño, en los colegios nacionales,
el sistema reaccionaba dándonos hostias como panes. Bofetadas, golpes de vara, insultos, castigos
y otras lindezas por el estilo con la vana pretensión de enmendar a esa
pandilla de gamberros. Poco a poco fue
cambiando la tendencia de las hostias y nos trataron de combatir con otros
sistemas más sutiles.
— ¡Señoras y señores con todos ustedes “el fracaso
escolar”!
Como lo del fracaso era una palabreja más bien fea,
la posmodernidad de la época, nos cambió el adjetivo por otro más molón: “niños
movidos,” con lo que aquello parecía el barrio de Malasaña (por lo de la Movida
y eso). Más adelante pensamos que éramos
tan civilizados que teníamos la respuesta a los problemas del alumno:
— Evidentemente se trata de una patología que hay que
diagnosticar.
¡Tatatatachán!, aparecen los primeros TDA. Como esto se queda corto acuñamos nuevos
términos como síndrome de Aspergen, inadaptación social, etc. Como el ser humano siempre trata de superarse
buscamos respuesta en la ciencia y la ciencia responde con terapias
psicológicas en unos casos y con combinados de medicamentos en otros,
convirtiendo a nuestros hijos en niños que ya no se mueven ni molestan en
clase.
Bueno, como resumiendo, que yo de pedagogía no
entiendo un pijo, ni de psiquiatría ni de psicología y me atrevo a afirmar sin
temor a equivocarme que tan solo sé un poco de nada. Lo que sí sé es que me molesta sobremanera
que nuestra incapacidad para despertar el ansia de aprendizaje se traduzca en
un sesudo estudio de patologías del aula, cuando el problema, probablemente, se
solucionaría de otra manera, mucho más trabajosa y poco gratificante para el
que la aplica, pero más satisfactoria para el alumnado y para la sociedad de la
que formamos parte más adelante todos.
La manera sería tan lógica y complicada como adaptar el sistema
educativo y la pedagogía al alumno y no los alumnos al sistema. Tan complicado como laborioso, pero las
soluciones nunca son sencillas aunque sí mucho más gratificantes. Con ello conseguiríamos que una cantidad
considerable de personas no abandonara tan fácilmente los estudios (me incluyo
en esta “cantidad considerable”) y lo más importante, dejaríamos de atiborrar a
nuestros hijos de medicamentos prescritos con la mejor de las intenciones
aunque con resultados nefastos.
Como muestra de la poca credibilidad de estos
diagnósticos está el hecho de que lo que en un tiempo fuera un niño
diagnosticado de TDA o cualquier otro trastorno, cuando abandona el mundo
académico y se incorpora a la vida laboral y familiar deja de estar enfermo y
pasa a ser una persona adulta normal que se ganan la vida y desarrolla un crecimiento
personal y unas habilidades de lo más normal.
Bueno un caso aparte es el carnicero encargado de
presentarnos los “extratiernos”, aquellos que se lleva él para casa. Se ve que en el curso de capacitación de
carniceros el andoba estaba despistado y no se dio cuenta de que para filetear
un lomo, por más tierno que este sea, conviene sujetarlo con la mano no hábil
mientras se corta con la hábil. Además,
todo el mundo sabe, que se corta mejor la carne con un cuchillo de carnicero
que con un cuchillo de pescadero.
Siempre tiene que haber un graciosillo que me desmonte las teorías. ¡Leches!
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