Construir un discurso o establecer los fundamentos
ideológicos sobre el odio hacia un colectivo que habita en nuestro imaginario,
pero que somos incapaces de identificar a las individualidades causantes, es un
error, ya que el odio tan solo nos va a devolver odio y no nos va a permitir
avanzar en la construcción de una nueva sociedad. Así pues, cuando se elabora un argumento despreciando
a los votantes del PP, a España, a Cataluña, a los “podemitas” o cualesquiera
de los grupos “odiables” que conforman el panorama de la actualidad más urgente,
en realidad no estamos diciendo nada, porque no estamos generando más simpatías
que las de los seguidores incondicionales y así es más que probable que no avancemos
más que hacia una espiral de odio y distanciamiento que no conseguirá que
alcancemos el amor fraterno, sino el odio exacerbado.
Estos discursos tienen mucho predicamento entre la
clase política que tiene tendencia a la defensa a través de la veneración del
odio. Conviene, siempre, que determinado
líder político construya un imaginario a través del cual nos resulte fácil transitar,
ya que no nos sentimos incluidos. Lo que
sucede es que el político en cuestión no está tratando de construir una
sociedad mejor, sino más bien, tratando de mantenerse atrincherado tras una
cortina de odio al adversario. Esto que puede
resultar pragmático para moverse en el mundo de la política es una ponzoña para
las personas de a pie, ya que nos obliga a mirar con sospecha a nuestros semejantes.
Es bien sabido que un gobernante va a actuar siempre
en función de lo que establezca su partido político, el grupo económico de
presión correspondiente o en el mejor de los casos según su conciencia. Pues bien, en todos esos casos puede estar
cometiendo un error irreparable para nosotros, los ciudadanos de a pie. ¿Qué sucede si llega a cometer ese
error? Pues que en absolutamente todos
los casos va a defender con uñas y dientes su decisión, y todo ello pese a que
vivimos inmersos en una cultura cristiana (hablo de cultura, no de fe, es decir
que nos afecta a todos, seamos ateos recalcitrantes, agnósticos o creyentes de
misa diaria) donde el arrepentimiento y el acto de constricción tienen el
incentivo de ir acompañados del perdón; pero los gobernantes prefieren tomar el
camino de la justificación, todo ello suponiendo que sean, a estas alturas,
capaces de ver el error que se ha producido en sus narices. Lo más lejos que hemos llegado ha sido a
algún caso aislado que tenía más que ver con el cumplimiento de una apuesta
(posible síntoma de ludopatía incipiente) que con un arrepentimiento: léase el
caso de Corcuera y su famosa ley Corcuera desmontada por el Tribunal
Constitucional.
En definitiva, una vez más, se trata de no dejarnos
llevar por la marea del mitin fácil y seamos capaces de detectar la humanidad
de las personas que nos rodean. Veamos cómo,
con diferentes sensibilidades, somos capaces de construir un mundo donde el
odio colectivo deje paso al amor fraterno.
Dediquémonos a construir con aquellas personas que nos rodean un mundo
mejor, libre de sospechas, libre de odios y en el que todos podamos alcanzar el
nivel de libertad que merecemos; el nivel de libertad que abarca hasta donde no
se acabe con la libertad de nadie, donde todos tengamos cuanto necesitemos a
nuestra disposición y que no dependa del mercado, del crecimiento y de esas
abstracciones que solo sirven para frenar nuestras ansias de emancipación.
Estoy seguro de que si somos capaces de construir en
lugar de destruir seremos capaces de avanzar al ritmo que establezcamos entre todos,
no al ritmo que dicte quien quiere mantenerse al mando. El amor fraterno como primer paso hacia la
revolución social me parece un buen principio.
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