Estoy convencido de que la construcción de una ideología
no se puede hacer a golpe de slogan, sino que debe abarcar una reflexión más
profunda y de más largo recorrido, y tampoco es un proceso que podamos ni
debamos abarcar en solitario. Es más,
cuantas más personas participen en la construcción mucho mejor. Podríamos decir que los fundamentos de una
opinión deberían ser grupales y no individuales, ya que esto configura un
desarrollo de pensamiento que recoge puntos de vista diversos.
No hay que olvidar la lectura, a ser posible de teoría
política, sea esta de mano de pensadoras o de divulgadoras o de sus diferentes
interpretaciones y, a ser posible, siempre acompañada de una reflexión conjunta.
Este desarrollo puede sonar sectario, pero nada más lejos
de esta afirmación. Se trata en realidad
de todo lo contrario. La puesta en común
no es para reafirmarnos en nuestro pensamiento sino para hacerlo crecer. De hecho, es más que recomendable que en ese
contexto, que podríamos llamar de confort, surjan las discusiones más
encarnizadas y las palabras más gruesas, si el tema lo requiere, para poder ver
diferentes puntos de vista en acción y con toda su fuerza. En ningún momento debería haber ninguna cortapisa
que nos lleve a refrenarnos de expresar ningún tipo de pensamiento o valor, por
temor a ser rechazadas por el grupo. En
realidad, debemos ser conscientes de que estamos creciendo, todas las personas
que allí nos encontramos y que no andamos en un reñidero tratando de imponer
nuestro punto de vista ya que saldríamos todas escaldadas. No se trata de vencer al contario, sino de desarrollar
y escuchar argumentos e ideas.
Al sentar las bases del debate como un espacio en el que gocemos
de plena libertad para expresar cuanto deseemos, debería quedar claro que lo
que estamos haciendo es debatir y, por tanto, no podemos caer en la falacia. Siempre hay que desarrollar argumentos
centrados en el tema que estamos tratando, sea el último libro que hemos leído,
el último artículo, la última charla a la que hemos asistido o cualquier otro
tema sobre el que se haya suscitado el debate.
Es importante no desviarse del tema y sobre todo huir de las
descalificaciones personales, pero sin sentirnos coartados por no faltar al respeto;
en este entorno el respeto no debe ser coercitivo; ya nos recuperaremos el respeto
cuando acabemos el tema que estamos tratando.
No es nada personal, ni debe serlo.
Este tipo de trabajo grupal no debe desarrollarse en
bares, por supuesto. El alcohol no es un
buen compañero de las discusiones enriquecedoras. Estoy hablando de buscar espacios autónomos y
autogestionados que sirvan de enriquecimiento personal (no hablo de dinero sino
de pensamiento).
Al hablar de espacios autónomos y autogestionados estoy
definiendo lugares que no reciban subvención ni prebendas de ninguna
administración pública, partido político o empresa. Ahí toca rascarse el bolsillo en beneficio
propio, porque si alguien que no eres tú pone el dinero, ese alguien es quien
va a acabar, tarde o temprano, marcando el ritmo de lo que allí se hace o se dice
y, a la larga, no solo el ritmo, sino que también marcará el camino por el que
transitar.
Esto es la cultura del esfuerzo. Eso que construimos alrededor nuestro como
espacio de confort en el que crecer, aprender y desarrollarnos como personas,
abandonando el estatus de consumidores y recuperando el de seres humanos. Porque la televisión, la radio o los grandes
periódicos no van a construir una ideología que no le interese al sistema que te
envuelve y, por lo tanto, no te va a dar ninguna clave para alcanzar la libertad
y el bienestar que mereces. Siempre hay que
ir un paso más allá y buscar entre la cultura no subvencionada, entre el pensamiento
no patrocinado, porque allí, está la esencia de la libertad. Después, claro está, cada una de nosotras
debemos filtrar esa esencia y construir nuestro pensamiento con la ayuda de las
personas de nuestro pueblo, nuestro barrio, en definitiva, de nuestro
entorno. Dejar a los oradores mediáticos
en la estacada, solos, aullándole a la luna.
Al fin y al cabo, no nos necesitan para nada. No son más que estómagos agradecidos que ya reciben
su diezmo sin nuestra participación.
Creo que esta es la clave para que no venga cualquier
descerebrado a vendernos un discurso absolutamente incoherente cargado de odio. El amor es lo que debe ser nuestro principio
fundamental y los slogans solo te van a transformar en un loro capacitado para
repetir frases sueltas, pero incapaz de construir un argumento mínimamente
coherente, porque quien te ha vendido la moto así lo quiere. Horrorízate si te descubres repitiendo la última
ocurrencia que has escuchado en la radio o en la tele. Sonrójate si te descubres plagiando argumentos
sin citar la fuente. Plantéate que, tal
vez, no estás plagiando sino repitiendo aquello que quieren que repitas.
La cultura del esfuerzo, creo, sinceramente, que va de
esto, no de enriquecernos o tener lo que llaman buenos trabajos. La cultura del esfuerzo es el esfuerzo que
somos capaces de desarrollar de manera colectiva para crecer en lo personal,
sea pensando o aprendiendo determinas habilidades que no tienen porque derivar
en un beneficio económico, sino que estarán orientadas a un beneficio personal que
acabará siendo colectivo y que puede llegar a extenderse de tal manera que
acabe transformando el mundo. Primero el
mundo que te rodea y, poco a poco, alcanzará la dimensión suficiente como para
derivar en una sociedad mejor, más igualitaria, más libre y sin opresores ni
oprimidos. Puede parecer pretencioso,
pero si somos capaces de recuperar la vida colectiva seremos capaces de
construir la sociedad que queramos colectivamente.
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