Translate

sábado, 11 de abril de 2020

La Revolución Científica

ENRIC MERCADER

El tercer día volvieron a llamar a la puerta.  Volvió a abalanzarse sobre ella y a abrirla de sopetón.  Se topó con cuatro policías, una señora con cara de pocos amigos y la cabecita del director que trataba de ocultarse tras todos esos cuerpos.  Dos de los policías se abalanzaron sobre Enric sin darle tiempo a reaccionar.  Los otros dos entraron junto con la señora y el director que los seguía tímidamente, aunque señalando hacia el comedor.  Allí encontraron a las dos niñas adormiladas, con la tele encendida y una ingente cantidad de bolsas de ganchitos cubriendo la alfombra del comedor.

Mercader se acomodó como buenamente pudo en el suelo, bajo el peso de los dos fornidos policías que le aplastaban la cara sobre el pegajoso pasillo.  Unas pelusas vinieron volando desde debajo del radiador y se le pegaron en las fosas nasales provocando un extraño estornudo que hizo rebotar a los policías sobre su espalda.  Teniendo en cuenta que los policías son poco amantes de las atracciones y dando por supuesto que lo que acababa de suceder era más propio de un simulador de terremotos que de una persona humana que ha recibido el ataque de las pelusas asesinas, estos pusieron mayor empeño en inmovilizar a Enric.  Como consecuencia de la presión ejercida, las fosas nasales quedaron completamente taponadas y Mercader tuvo que entreabrir la boca para poder llenar sus pulmones de aire, con lo que consiguió dar una fuerte bocanada que arrastró un amasijo de pelusas hasta su tráquea.  Esto hizo que se revolviera entre espasmos, a lo que los policías respondieron con puñetazos y porrazos en los costados haciendo que, como si de una maniobra de Heimlich se tratara, saliera el amasijo de pelusas disparado.  Agradecido, Enric, permaneció inmóvil llorando por el alivio producido.

Los otros dos policías salieron del comedor llevando de la mano a las hijas de Enric: Quica y Luisita que, bajo los efectos casi lisérgicos que proporcionan tres días alimentándose de ganchitos, sonreían embobadas.  La señora con cara de pocos amigos se plantó frente a mercader sus sinuosas pantorrillas y entreabriendo las largas piernas se presentó diciendo que era asistente social y empezó a leer el acta de ejecución de la acogida de las niñas en una institución benéfica.


PAUL DEL POTRO, Teoría social de los neojemeres ocres
Sobre las relaciones sociales del neorural

El profesor Carmona expuso en su tratado sobre el orden colectivo, cuál era su concepción de las relaciones sociales del hombre de la nueva era, y lo hizo resumiéndolo en una contundente frase que rezaba:
“A los amigos el culo.  A los enemigos por el culo y al resto de la gente, la legislación vigente”

Frente a estas consideraciones, no puedo más que expresar mi más profundo desacuerdo.  Precisamente este tipo de actitud, así descrita, es lo que ha llevado a nuestra sociedad al desastre más absoluto.  Ha sido lo que la ha ido degradando a lo largo de los siglos, hasta conformar unas relaciones sociales insostenibles, en las que pesan mucho los lazos sentimentales o de afección y poco los sentimientos colectivos.

Para poder construir nuestro nuevo modelo de sociedad rural hay que romper con todo lazo afectivo.  Entendido por afectivo aquel que se deriva de lo que, en tiempos pretéritos se dio en llamar “el amor cortes”.  Hay que abandonar de una vez por todas esos lastres que nos impiden desarrollar todo el potencial que llevamos dentro y, que poco a poco, se ve mermado en favor de unas relaciones que no nos aportan nada positivo como sociedad.  Aunque en un primer momento nuestra individualidad se nos muestre reacia a abandonar los lazos afectivos, hay que ser lo suficientemente osado y transgredir el orden establecido en nuestro fuero más interno, para ser capaces de crear la nueva era desde unos nuevos cimientos de raciocinio.  La revolución rural debe comenzar por uno mismo, para que luego pueda extenderse al resto de los individuos hasta integrarlos en la comunidad, para que así la comunidad pase a ser el todo y el individuo se diluya en ella.

El primer paso es el de rehuir el enamoramiento.  Por tanto, conviene tener muy claro que el individuo no puede ver mermada su capacidad de decisión por el simple hecho de tener un lazo de amor con otro individuo.  El amor nos impide razonar y actuar de manera adecuada, ya que somos incapaces de anteponer el bien común a nuestra pareja.  La promiscuidad es un buen antídoto para comenzar a abandonar los viejos vicios relacionados con el enamoramiento.  Cuanto más sexo practiquemos con un mayor número de individuos, menores posibilidades de vernos abocados al enamoramiento.  Eso sí, hay que tener muy claro que, debido a siglos de dominio amoroso, tras cada relación sexual aparece algo parecido al enamoramiento que nos puede obnubilar.  Precisamente es contra eso contra lo que nos tenemos que revelar.  Lo mejor es, apenas acabada la cópula, salir huyendo sin dar tiempo siquiera a mirar los ojos del otro individuo.  Es el peaje que tendrán que pagar los pioneros del nuevo orden.




ENRIC MERCADER

Aún no había acabado de tachar el día sesenta y dos del calendario subversivo, que indica que nos encontramos en el mes del trasplante de las coliflores, y ha vuelto a sonar el timbre.  ¡El timbre!  ¡Es el timbre!  El rotulador sale disparado de tus manos y te abalanzas a abrir la puerta mientras, en un gesto de coquetería casi olvidada, tratas de ordenarte un poco el pelo.  Abres con la mejor y más sensual de tus sonrisas dibujada en el rostro y se queda ahí, congelada, al ver a dos tipos con aspecto de estibadores portuarios (si es que los estibadores portuarios se caracterizan por tener un aspecto determinado.  Pero se entiende ¿verdad?)

    ¿Enric Mercader?
    Sí, soy yo.
    Tendrá que acompañarnos.
    No, lo siento.  No puedo moverme de casa.  Estoy esperando a mi mujer y va a llegar de un momento a otro.
    Nosotros también lo sentimos, pero tiene que acompañarnos.  Vístase con algo decente si lo desea porque nos vamos enseguida.

Trata de cerrar la puerta, pero no ha calculado bien la fuerza de aquellas bestias y lo mermado que estaba físicamente a consecuencia de los recientes escarceos con Jack, de modo que entraron, arrojaron a Enric al suelo, lo esposaron, le vendaron los ojos y, a trompicones, le obligaron a bajar las escaleras.  No tardó en golpearse la cabeza contra las paredes de los descansillos.  Las rodillas tropezaban constantemente con los hierros de la barandilla y pese a todo, los gorilas insistían en la urgencia del traslado.  Hubo un momento en que, desorientado, trastabilla pensando que no va a hacer pie y va a caer rodando escaleras abajo, pero resulta que ya ha llegado a la entrada del edificio, con lo cual, al estrellar el pie derecho con tanto ímpetu contra el suelo, consigue que un fuerte dolor lumbar lo deje doblado sin apenas poder caminar.  Los dos fornidos muchachos lo toman uno de cada brazo y lo elevan un par de buenos palmos del suelo, haciendo así más rápido el acceso a un vehículo que está aparcado en la entrada.

No sé yo si quien lee estas líneas se ha visto alguna vez en la tesitura de tener que acceder a un vehículo con los ojos vendados.  Es una extraña sensación.  El tiempo transcurre de una manera atípica.  Parece que estés dando vueltas a un mismo sitio o que recorras un montón de kilómetros cuando en realidad apenas te has movido del punto de partida.  Vamos, que quedas totalmente desorientado.

Después de lo que a Enric le pareció una eternidad se detuvo el coche.  Sus amigos los gorilas lo arrancaron del interior del coche y lo arrastraron durante un buen trecho.  Había un ruido espantoso de motores.  Por un momento, Enric, piensa que se encuentra sobre un puente que atravesara una autopista o algo así y cree que van a arrojarlo sobre un intenso y veloz tráfico.  Tampoco le importa demasiado, al principio, porque conforme se van acercando al origen del ruido los esfínteres se aflojan y empieza a patalear y a llorar suplicando que no lo maten.


    ¡Cállate chalao! —dijo uno de los estibadores portuarios —Sólo vamos a subirte a un avión.

Mercader siente vergüenza de ser tan cobarde.  Creía que la vida sin su Luisa no valía nada y, ya ves, a la hora de la verdad se convierte en un pusilánime.

Lo suben al avión, lo sientan en una butaca, le atan el cinturón de seguridad y al cabo de una eternidad nota como aquello empieza a moverse.  Cuando ya llevan un rato volando le sueltan el cinturón, le quitan la venda y le quitan las esposas.  Entonces descubre que se encuentra en un avión privado bastante grande.  Bueno, en realidad no tiene modo de saberlo ya que, Mercader, no había subido nunca en un avión privado, pero, de todas formas, cree que es grande para ser privado, y cree que es privado porque en el avión o viaja nadie más que él y esos dos gorilas que lo miran como si les debiera dinero.

    Vamos —dice uno de ellos —Te enseñaré donde está el cuarto de baño.  Te das una ducha y te pones la ropa que encontrarás allí.  Apestas.

En lo que cuesta darse una reconfortante ducha caliente y embutirse un chándal que había allí preparado, suena el aviso de abrocharse el cinturón de seguridad.  Así que sale del baño, toma asiento y vuelven a vendarle los ojos.

El avión se posa suavemente, al contrario de lo que recordaba de sus últimas vacaciones en vuelo low cost.  Lo obligan a bajar del avión y lo meten en un coche, con lo que vuelve a encontrarse desorientado y sin capacidad de aproximar el tiempo que pasa hasta que el coche se detiene, mientras el olor a monóxido de carbono propio de los parkings azota las fosas nasales de Enric.  Se apaga el motor del coche y le quitan la venda.  Efectivamente, tal como había intuido, se encuentran en un parking.  Un parking como todos los parkings: sucio, pestilente, oscuro…  Toman el ascensor y tras ascender varios pisos se abre el ascensor frente a un pasillo flanqueado de innumerables puertas, pero se dirigen a la del fondo.  Todas las puertas son lisas.  Se diría que están hechas de baquelita de color naranja, pero la del fondo es de madera de roble, labrada con volutas y hornacinas que la hacen destacar más, si cabe, en medio de la austeridad que desprende el resto de pasillo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario